“Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”. Esta sentencia de Jesús nos habla de la humildad, es decir, de cómo hemos de andar siempre en verdad (Santa Teresa). La humildad nos hace ser verdaderos en nuestra relación con Dios, con los demás y con nosotros mismos:
Humildes ante Dios: es reconocer a Dios como mi creador, dador de todo bien. Por eso, el humilde da gracias a Dios por todo, porque sabe que todo lo recibe de Dios. San Pablo es muy claro cuando denuncia el orgullo de apropiarnos de los dones de Dios como si fueran mérito nuestro: “¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿Por qué te engríes como si no lo hubieras recibido? (1 Cor 4, 7).
Humildes con los demás: la humildad es saber estimar a los demás sin considerarse superior: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo, no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” (Flp 2, 3-4).
Humildes con uno mismo: No es considerarse más ni menos, sino tener un juicio de valor sencillo sobre uno mismo. La escuela de la vida nos hace conocer nuestra fragilidad y pobreza, nos hace desconfiar de nuestras propias fuerzas y poner toda nuestra confianza en Dios y esperarlo todo de Él. Como San pablo que decía sí que era el menor de los apóstoles, indigno de ser apóstol, pero “por la gracia de Dios soy lo que soy” (1Cor 15,10).
Tanto Jesús como María se hicieron pequeños, no temieron la humillación y así fueron ensalzados por el Padre de los cielos:
- María cantó en el Magnificat que Dios ensalza a los humildes y así ha sucedido en Ella misma: “Proclama mi alma la grandeza del Dios… porque ha mirado la humillación de su esclava: desde ahora me felicitaran todas las generaciones… Él hace proezas con su brazo; derribó a los poderosos de sus tronos y ensalzó a los humildes” (Lc 1, 46-56).
- Y Jesús se humilló buscando el último lugar, como nos canta admirado San Pablo en el Himno de Cristo de su carta a los filipenses: siendo Dios, se despojó de sí mismo haciéndose hombre y se humilló haciéndose obediente hasta la muerte en cruz, “por lo cual Dios también Lo exaltó hasta lo sumo, y Le confirió el nombre que es sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús SE DOBLE TODA RODILLA de los que están en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Flp 2,1-11).
Hace unos días, Jesús nos decía en el evangelio que teníamos que entrar por la puerta estrecha para hallar el camino de la salvación. ¿No es esa puerta estrecha la de la humildad? Nos parece difícil, pero es la senda de la verdad y la que conduce a la paz. El Corazón de Cristo ha prometido descanso a quien aprenda de Él que es manso y humilde de corazón. ¡Jesús: haz nuestro corazón semejante al tuyo!