“Dichosa eres, Virgen María, que llevaste en tu seno al Autor del universo; engendraste al que te creó y permaneces virgen para siempre”.
- Con esta oración comienza la liturgia de la misa en este sábado dedica a Santa María.
Con ella podemos también comenzar nuestra oración, dirigiéndonos a María, saludándola y alabándola.
Dichosa eres, María. Y contigo, también nosotros. El Señor te ha bendecido, y también nos ha bendecido a nosotros en ti. Tú nos diste al Autor de la vida, suprema bendición para nosotros.
Alegrarnos en esta mañana de sábado. El Señor ha estado grande con María. El Señor ha estado grande con nosotros. - El mundo anda muy preocupado con la economía, con la política, con los dramas familiares, con la insatisfacción de tantos jóvenes que buscan y no encuentran. ¿Qué podemos hacer nosotros? Volver nuestro pobre corazón hacia María. Ella nos mira a los ojos y nos dice: Confía, pide, ofrécete.
- Dice Jesús en el evangelio de hoy: “Si no os convertís, todos pereceréis lo mismo,… todos pereceréis de la misma manera”.
Y propone a sus discípulos la parábola de la higuera a la que un hombre acude a buscar fruto año tras año y no lo encuentra. Y le dice al viñador: “córtala”.
Pero el viñador intercede: “Déjala todavía este año”.
María intercede ante Dios por este mundo, por nosotros.
Asociarnos a ella en esa tarea de intercesión. Que seamos sensibles, como nos pide el Concilio Vaticano II, a los gozos, las esperanzas, los sufrimientos de los hombres de nuestro tiempo, de los jóvenes que nos rodean.
Que seamos capaces de captar sus inquietudes más profundas y dar respuesta sin temor, proponiendo, con nuestra vida y nuestra palabra, el evangelio, confiados en que es Cristo quien actúa en los corazones. - “Por la unión con Cristo Jesús –dice san Pablo- nos hemos librado de la ley del pecado y de la muerte”.
Y añade, al final de la carta a los Romanos que se lee hoy: “El que resucitó a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales”.
Esa confianza debe vivificar cada día nuestros corazones y llenarlos de alegría. La alegría que nace de Cristo y conquista corazones. Porque es el Espíritu Santo el que actúa en el mundo, llenándolo de vida, a través nuestro, si le dejamos. ¿Le podremos trabas? No. Dejemos que la vida de Dios salga a través nuestro y llene de vida a los que nos rodean.
“… por la unión con Cristo”, dice san Pablo. “Por la unión con Cristo”. Y en otro lado insiste: “Sólo Cristo”. Nos los grito Juan Pablo II en su primer viaje a España, hace ya muchos años: “Sólo Cristo. Lo proclamamos agradecidos y maravillados”.
Repitamos también en esta mañana: sólo Cristo, sólo Cristo,…
Y todo lo demás, que es mucho y hace mucha falta, vendrá por añadidura.
“Dichosa eres, Virgen María, que llevaste en tu seno al Autor del universo; engendraste al que te creó y permaneces virgen para siempre”.