El pasaje de la mujer encorvada, curada por Jesús, es muy sugerente, porque refleja nuestra propia realidad. Pidamos luz al Espíritu Santo para meditar este texto y contemplar a Jesús, para conocerle mejor y amarle más plenamente.
1. “Jesús enseñaba...” ¿Dónde enseña Jesús? “Jesús recorría todas las ciudades y aldeas enseñando” (Mt 9, 35). Enseña en la sinagoga –como en este pasaje-, en el campo, a orillas del lago... Jesús enseña en todo tiempo y lugar. ¿Y cómo enseña Jesús? Proclama una “enseñanza nueva” (Mc 1, 25): no enseña preceptos humanos, sino cómo es y actúa Dios. Enseña con palabras, pero sobre todo con obras, y enseña con todo su ser: cumple lo que dice. En definitiva, Jesús enseña “con autoridad” (Mt 7, 28). En este pasaje, Jesús estaría hablando de la misericordia de Dios y de la libertad propia de los hijos de Dios, y la curación de la mujer sería la mejor constatación de esta doctrina. Y nosotros, ¿cuándo y cómo enseñamos?
2. “Había una mujer, enferma”. ¿Qué enfermedad tenía? Estaba encorvada, sin poderse enderezar, desde hacía mucho tiempo (dieciocho años). Obligada a mirar siempre al suelo. Y nosotros, ¿nos sentimos identificados con la enferma? Abelardo llamaba a esta enfermedad “natura curva”. Es la imagen misma de la desolación, como nos dice S. Ignacio “moción a las cosas bajas y terrenas”, con el alma toda perezosa, tibia, triste, moviendo a falta de fe, esperanza y amor, oscuridad, turbación...
3. “Jesús la llamó y le dijo: „Mujer, quedas libre de tu enfermedad‟”. Jesús se compadece de nuestras enfermedades y nos da la verdadera libertad. Nos llama y nos invita a acercarnos. Como dice la primera lectura: hemos “recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: «¡Abba!»”. ¡Somos hijos del Padre en el Hijo! ¡Somos hijos de la libertad!
4. “Jesús le impuso las manos, y enseguida se puso derecha. Y glorificaba a Dios”. El amor misericordioso de Jesús es operativo: nos alcanza la curación total. ¿No nos recuerda este pasaje a la confesión? Jesús nos llama en el sacramento de la penitencia, nos acercamos a Él con nuestros pecados, esos que nos hacen inclinarnos hacia las cosas bajas y terrenas. Y al final Jesús, en la persona del sacerdote, nos impone las manos y nos dice: “tus pecados te son perdonados”, es decir “quedas libre de tu enfermedad”. Y constatamos en nosotros cómo podemos ya andar derechos, y cómo, llenos de alegría, brota el mismo impulso que tuvo la enferma: glorificar a Dios.
5. “Toda la gente se alegraba por todas las maravillas que hacía”. Así termina este pasaje. Frente al jefe de la sinagoga, que se “indigna” porque Jesús cura en sábado, la gente se alegra. En una época como la nuestra, en la que los “indignados” alcanzan relieve social, podemos preguntarnos por nuestras “indignaciones”. ¿Qué nos indigna? ¿Nos indigna ver a las masas como ovejas sin pastor, “ver literalmente una alfombra humana de jóvenes tirados por tierra, desorientados, despersonalizados” (como ha comentado la Madre Verónica en el encuentro de nuevos evangelizadores, celebrado recientemente en Roma)? ¿Y dónde quedan nuestras indignaciones? ¿Se quedan en meras palabras, (cuando no en aparecer en la foto de turno)?
Sabernos llamados por Jesús, tocados por Él, liberados de nuestras enfermedades, nos llena de alegría. Como dice San Pablo, lleno de entusiasmo: “¡somos hijos de Dios; y, si somos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo!” Somos los hombres más felices del mundo. ¡Contagiemos la alegría de Dios al mundo!
Oración final. Santa María, Madre de nuestra alegría y de nuestra libertad. Ayúdanos a escuchar a Jesús que nos llama, y a acercarnos a Él en la oración y en la confesión, para sentir el contacto de sus manos que nos curan, y percibir sus palabras: “quedas libre de tu enfermedad”. Alcánzanos vivir como Tú glorificando en todo y siempre a Dios.