Señor, somos tan inteligentes para saber interpretar las situaciones del mundo: la política, la economía, la informática, la empresa, la publicidad... Y al final no sabemos interpretar lo más importante y elemental de la vida: qué está bien y qué está mal, qué debemos hacer, cómo debemos amar.
No está mal caer en la cuenta de nuestra soberbia en tantos campos en los que dominamos y nuestra ignorancia y mediocridad en el plano espiritual, en el que apenas somos niños caprichosos, que no saben, y no quieren aprender, para no complicarse la vida.
San Pablo en la primera lectura también nos habla de esta doble ley, en la que nuestro cuerpo tira hacia abajo, en la que acabamos haciendo el mal que no queremos y no el bien que sabemos deberíamos hacer...
La oración de hoy, viernes, la haremos ante Cristo crucificado. Mirándole a él, desnudo, con el cuerpo roto, humillado, nos presentamos con todas nuestras sabidurías y conocimientos... y sentimos el ridículo de saber tantas cosas, de ser tan sabios y de, al final, pactar con el mal y la mediocridad. Los sabios de aquel tiempo eran los fariseos... y sin embargo no se dieron cuenta de lo más importante, de que tenían delante de ellos al Salvador, de que estaban matando a Dios.
¿Y yo con mi sabiduría? ¿Me doy cuenta de que ese Cristo roto es mi salvador? ¿O vivo metido, engolfado, en otros saberes, en otras películas, en otros intereses?
Un día para contemplar a Cristo en la Cruz, locura para los judíos, estupidez para los griegos, pero para nosotros, salvación.