26 octubre 2011. Miércoles de la XXX semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

PRIMERA LECTURA: Estas páginas de san Pablo que estamos meditando son extraordinariamente jugosas y plenas de profundidad teológica y espiritual. En este capítulo más de veinte veces aparece nombrado el Espíritu Santo como factor decisivo en la vida del cristiano.

El capítulo octavo de la carta a los Romanos tiene aquí un momento culminante. Por lo que es tanto más necesario rogar al Espíritu pidiéndole que nos inspire en nuestro rato de contemplación.

Se nos dice hoy una de las revelaciones esenciales de nuestra Fe: la proposición de una concepción del hombre inaudita... un ser cuyo «espíritu» es animado por el «Espíritu» de Dios.

El destino que nos espera es optimista: "Dios nos predestinó a ser imagen de su Hijo, para que Él fuera el primogénito de muchos hermanos". Es el Espíritu quien nos enseña a rezar a Dios, más aún, "el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables", porque nos conoce a nosotros y conoce en profundidad a Dios: por eso puede establecer ese puente tan admirable entre Dios y nosotros que se llama oración.

Dios que escruta los corazones, conoce cuál es la aspiración del Espíritu. ¡Dios «conoce», Dios «sabe», Dios ve el fondo de la realidad! A nosotros nos falta ver en la niebla de la vida, no sabemos dónde van a parar todos esos sufrimientos, todos esos enfrentamientos: ¡Dios «ve»! Queremos confiar en Ti, Señor, y pedirte luz, fuerza y amor.

Y ahora otra revelación maravillosa: Sabemos también que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. ¡Todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios!

Esta es también una Palabra de Dios, que, tal y como se expresa, puede ser una «oración».

¡Todo sirve al bien! ¿Todo?: ¿sufrimientos, ataques, pecados, los míos y los de los que me rodean? ¿Es exactamente esto lo que nos dices? ; Ya nada es un obstáculo! ¡Nada! Todo pasa a ser un «medio» de santidad.

A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo, para que Él fuera el primogénito de muchos hermanos. La santidad maravillosa de Jesús, su sorprendente amor filial, ¡han sido también «destinados» a nosotros! Hemos sido creados «para» asemejarnos a Él.

SALMO RESPONSORIAL: Yo confío en tu lealtad, mi corazón se alegra con tu salvación. Dios jamás se ha olvidado ni se olvidará de nosotros. Aunque a veces la vida se presente difícil, Dios siempre estará a nuestro lado como nuestra fortaleza y como nuestro defensor. Él es nuestro Padre y nos ama siempre. Dios no permitirá que la muerte se adueñe de modo definitivo de nosotros, sino que nos hará participar de la victoria de su Hijo sobre el pecado y la muerte; y junto con Cristo, nos sentará en su Gloria. Por eso hemos de tener confianza en el amor de Dios hacia nosotros. Entonces nos alegraremos por su salvación y le cantaremos himnos de alabanza. Pongamos nuestro empeño para caminar conforme a la luz del Señor, esforzándonos, junto con la Gracia de Dios, para que nuestra vida alcance los bienes prometidos, sabiendo que el camino de perfección no puede estar libre de generosidad y de momentos de dolor que acepta aquel que camina tras las huellas de Cristo.

EVANGELIO: Nos puede ayudar, quizás, enfocar este texto evangélico como complemento de la primera lectura: es la llamada de Jesús a entrar por una puerta estrecha, la de hijos fieles. Quienes hemos sido llamados, elegidos, predestinados, entremos por la puerta estrecha, y entremos a su debido tiempo. Nuestro interés debe ser afrontar la vida con dignidad de hijos, de amigos, de fieles.

El evangelista tomó buena nota de la respuesta de Jesús: no es cuestión de número. Es cuestión de atenerse a las condiciones que la salvación ofrecida por Jesús exige.

El secreto para encontrar la paz en Jesús la encontramos en una respuesta que Él da a una pregunta parecida cuando dice: “Para los hombres (la salvación) es imposible pero para Dios todo es posible”. Por tanto, el secreto lo encontramos en la fe. Nuestra salvación es don que hay que pedir con constancia y fe a Dios. No cabe duda que también depende de nuestras obras, pero es ante todo un don de Dios.

ORACIÓN FINAL:

Dios todopoderoso y eterno, que en la gloriosa Madre de tu Hijo has concedido un amparo celestial a cuantos la invocan, concédenos, por su intercesión, fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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