Hoy nos presenta la Iglesia a san
Roberto Belarmino, santo jesuita del cual se pueden sacar algunas
enseñanzas para nuestra oración. Los santos, no lo olvidemos deben ser nuestros
amigos por su intercesión, ejemplo y anécdotas que nos sirven en nuestra vida.
Su padre piensa dada la fama de sus
cualidades y sueña con grandes beneficios y dignidades, pero él piensa en la
brevedad de la vida y de las cosas temporales y busca un lugar donde no
hubiese tales dignidades. Ante la insistencia del hijo el padre se
rinde: “He pensado que se debe a Dios lo que más se quiere. He dado la
bendición a mi hijo y le he ofrecido a Dios.” Con una gran
preparación, no es extraño que sus sermones produjeran muchísimas conversiones.
No solo su palabra, sus
escritos “Las Controversias” son un baluarte inexpugnable de la fe y
riquísimo arsenal para defenderla frente a protestantes y luteranos y arrancara
conversiones y muchos hijos desviados, volvieran a la fe y exclamaran
“Este libro me ha perdido” “Me has creado, iluminado y arrancado de la muerte”.
Por su labor extraordinaria, no se libra de que le nombren cardenal pero si del
papado aunque tuvo que formar parte del tribunal de Galileo y fue uno de
sus valedores a la hora de buscarle residencia y publicaciones al notificarle
la sentencia de 1616.
Si nos admiran los santos por sus
obras, más nos debe admirar su oración de la que sacan el valor y la
fuerza para hacer esas proezas. Seguir su camino es hacer oración cada
día mejor, como les decía a sus monjes san Basilio”que sea una hoguera
ardiente que no se apaga”.
Pero también los textos del día
podemos sacar alguna idea que nos ayude a ello para que sea cada día
nueva, creativa, original, como el amanecer o el atardecer, que no hay dos
iguales, como no hay dos hojas iguales, dos seres iguales,… y es que Dios se
prodiga infinitamente con su amor en la naturaleza y en nosotros cuando oramos.
Así lo encontramos en el evangelio de
la pecadora, todo un derroche de amor y misericordia como en el Hijo Pródigo,
deseando perdonar, deseando derramar su misericordia, volcarla sobre nosotros
pobres pecadores. Para sentirla, no tenemos más que acercarnos junto a sus
pies, llorar y humedecerlos, enjugarlos, cubrirlos de besos y escuchar de sus
labios: “Tus pecados están perdonados, tu fe te ha salvado, vete en paz”.
Esto mismo sentiremos en la oración
en la oración si contemplamos la escena y ponemos nuestros sentidos como nos
dice san Ignacio: “ver, mirar, escuchar,.. y acabar con un coloquio con Jesús,
con la pecadora, con Dios Padre que en Jesús nos trae el perdón.
No te olvides de la Virgen tan
presente en toda la vida de Jesús a quien felicitas por haber dicho “Si”, por
su nacimiento, dulce Nombre y Dolores que hemos celebrado recientemente:
“Madre, danos de tu fe, la de tu Hijo, que nos perdona y nos salva. Gracias,
Madre”.