Vamos
hoy a centrar nuestra meditación en el salmo que nos propone la Iglesia en su
liturgia eucarística de este día. Y lo vamos a hacer de la mano de nuestro
querido Juan Pablo II, que comentó bellamente este salmo en una audiencia de
noviembre de 2002. Así lo expuso:
Salmo 97
1Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo.
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo.
2El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
3se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel.
revela a las naciones su justicia:
3se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel.
Los confines de la tierra han
contemplado
la victoria de nuestro Dios.
4Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad:
la victoria de nuestro Dios.
4Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad:
5tañed la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
6con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor.
suenen los instrumentos:
6con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor.
7Retumbe el mar y cuanto contiene,
la tierra y cuantos la habitan;
8aplaudan los ríos, aclamen los montes
9al Señor, que llega para regir la tierra.
la tierra y cuantos la habitan;
8aplaudan los ríos, aclamen los montes
9al Señor, que llega para regir la tierra.
Regirá el orbe con justicia
y los pueblos con rectitud.
y los pueblos con rectitud.
1. Se trata de un himno al Señor rey del universo y de la
historia (cf. v. 6). Se define como «cántico nuevo» (v. 1), que en el lenguaje
bíblico significa un canto perfecto, pleno, solemne, acompañado con música de
fiesta. En efecto, además del canto coral, se evocan «el son melodioso» de la
cítara (cf. v. 5), los clarines y las trompetas (cf. v. 6), pero también una
especie de aplauso cósmico (cf. v. 8).
Luego, resuena repetidamente el nombre del «Señor» (seis
veces), invocado como «nuestro Dios» (v. 3). Por tanto, Dios está en el centro
de la escena con toda su majestad, mientras realiza la salvación en la historia
y se le espera para «juzgar» al mundo y a los pueblos (cf. v. 9). El verbo
hebreo que indica el «juicio» significa también «regir»: por eso, se espera la
acción eficaz del Soberano de toda la tierra, que traerá paz y justicia.
2. El salmo comienza con la proclamación de la
intervención divina dentro de la historia de Israel (cf. vv. 1-3). Las imágenes
de la «diestra» y del «santo brazo» remiten al éxodo, a la liberación de la
esclavitud de Egipto (cf. v. 1). En cambio, la alianza con el pueblo elegido se
recuerda mediante dos grandes perfecciones divinas: «misericordia» y
«fidelidad» (cf. v. 3). Estos signos de salvación se revelan «a las naciones»,
hasta «los confines de la tierra» (vv. 2 y 3), para que la humanidad entera sea
atraída hacia Dios salvador y se abra a su palabra y a su obra salvífica.
3. La acogida dispensada al Señor que interviene en la
historia está marcada por una alabanza coral: además de la orquesta y de los
cantos del templo de Sión (cf. vv. 5-6), participa también el universo, que
constituye una especie de templo cósmico.
Son cuatro los cantores de este inmenso coro de alabanza.
El primero es el mar, con su fragor, que parece actuar de contrabajo continuo
en ese himno grandioso (cf. v. 7). Lo siguen la tierra y el mundo entero (cf.
vv. 4 y 7), con todos sus habitantes, unidos en una armonía solemne. La tercera
personificación es la de los ríos, que, al ser considerados como brazos del
mar, parecen aplaudir con su flujo rítmico (cf. v. 8). Por último, vienen las
montañas, que parecen danzar de alegría ante el Señor, aun siendo las criaturas
más sólidas e imponentes.
Así pues, se trata de un coro colosal, que tiene como
única finalidad exaltar al Señor, rey y juez justo. En su parte final, el salmo
presenta a Dios «que llega para regir (juzgar) la tierra (...) con justicia y
(...) con rectitud» .Esta es la gran esperanza y nuestra invocación: «¡Venga tu
reino!», un reino de paz, de justicia y de serenidad, que restablezca la
armonía originaria de la creación.
4. En este salmo, el apóstol san Pablo reconoció con
profunda alegría una profecía de la obra de Dios en el misterio de Cristo. San
Pablo se sirvió del versículo 2 para expresar el tema de su gran carta a los
Romanos: en el Evangelio «se ha revelado la justicia de Dios» (cf. Rm 1,17),
«se ha manifestado» (cf. Rm 3,21).
La interpretación que hace san Pablo confiere al salmo una
mayor plenitud de sentido. Leído desde la perspectiva del Antiguo Testamento,
el salmo proclama que Dios salva a su pueblo y que todas las naciones, al
contemplarlo, se admiran. En cambio, desde la perspectiva cristiana, Dios
realiza la salvación en Cristo, hijo de Israel; todas las naciones lo contemplan
y son invitadas a beneficiarse de esa salvación, ya que el Evangelio «es fuerza
de Dios para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también
del griego», es decir del pagano (Rm 1,16). Ahora «todos los confines de la
tierra» no sólo «han contemplado la salvación de nuestro Dios» (Sal 97,3), sino
que la han recibido.
5. Desde esta perspectiva, Orígenes, escritor cristiano
del siglo III, interpreta el «cántico nuevo» del salmo como una celebración
anticipada de la novedad cristiana del Redentor crucificado. Por eso, sigamos
su comentario, que entrelaza el cántico del salmista con el anuncio evangélico:
«Cántico nuevo es el Hijo de Dios que fue crucificado, algo hasta entonces
inaudito. Una realidad nueva debe tener un cántico nuevo. "Cantad al Señor
un cántico nuevo". En realidad, el que sufrió la pasión es un hombre; pero
vosotros cantad al Señor. Sufrió la pasión como hombre, pero salvó como Dios».
Prosigue Orígenes: Cristo «hizo milagros en medio de los
judíos: curó paralíticos, limpió leprosos, resucitó muertos. Pero también otros
profetas lo hicieron. Multiplicó unos pocos panes en un número enorme, y dio de
comer a un pueblo innumerable. Pero también Eliseo lo hizo. Entonces, ¿qué hizo
de nuevo para merecer un cántico nuevo? ¿Queréis saber lo que hizo de nuevo?
Dios murió como hombre, para que los hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios
fue crucificado, para elevarnos hasta el cielo.