Nos acogemos a la
luz, fuerza y amor del Espíritu Santo. Y a la intercesión de María,
poderosísima y buenísima madre nuestra.
La humildad y
confianza que descubrimos es Esdras (9,5-9) nos sirven de estímulo en la
oración de hoy. La penitencia y oración le han conducido a esas actitudes del
corazón. Desde aquí se abre al agradecimiento “nos ha concedido un momento
de gracia, dejándonos un resto y una estaca en su lugar santo, dando luz a
nuestros ojos y concediéndonos respiro en nuestra esclavitud”.
En su oración, el
siervo de Dios, por la fe, va descubriendo y enumerando los signos de la
presencia y cuidados amorosos del Señor para con su pueblo. Y el asombro, al
verse “con delitos que
sobrepasan nuestra cabeza, y nuestra culpa llega al cielo… hemos sido reos de
grandes culpas”.
Al vernos reflejados
en las palabras de Esdras podemos entonar; la
misericordia del Señor es eterna, no abandona nunca a su rebaño. Aún llenos de
culpa y vergüenza se abaja a limpiarnos. Ayer me impresionó la foto del
Papa Francisco “abajándose”, yendo a saludar a Fidel Castro a su propia casa.
Es Cristo que se abaja por el bien de su rebaño (el pueblo de Cuba sometido a
una dictadura).
El evangelio de hoy
nos presenta a Jesús en la acción de enviar. Sigamos por un momento esos pasos:
- Los REÚNE
- Les da poder y autoridad:
- Para expulsar demonios
- Para sanar enfermedades
- Los envió a anunciar el reino de
Dios
- Les dijo: no llevéis nada donde os alojen quedaros si no os reciben, salid de allí..
- Salieron y fueron por todas partes
Los verbos y tiempos
de la acción que nos muestran este relato podemos trasvasarlos a nuestra vida:
Nuestra acción
siempre referida al Señor; tenemos autoridad “delegada” para alejar el mal y
sanar; debemos anunciar el Reino (no nuestras opiniones); nuestro modo de vida
sea pobre; el campo de acción sea ilimitado.
De igual modo puede
ayudarnos el pensar que Jesús cada día viene a evangelizar nuestro corazón.
Desea expulsar el mal y las enfermedades de nuestro espíritu; nos anuncia que
fuera de Él no encontraremos la felicidad que busca nuestra alma. El modo en
que viene “este profeta diario” es la Eucaristía “vestidura humilde y pobre
donde las haya”; viene, en la confesión, a expulsar al malo y sanarnos de las
enfermedades del alma. Pero que no tengamos que escuchar de sus mismos labios
“y si alguien no os
recibe, al salir de aquel pueblo sacudíos el polvo de los pies, para probar su
culpa.». Prefiramos que
infinitas veces, como dice el Salmo de hoy “nos azote y se compadezca,
nos hunda en el abismo y nos saque de
él, pues no hay quien escape de su mano”.
¡Qué sería de
nosotros de no haber tenido a una madre! Cuántas heridas sin curar, cuántos
bloqueos limitadores de por vida, cuánta visión oscura de la vida, cuántos días
sin luz ni color ni fiesta. Vamos a querer agarrarnos de la mano de la Virgen.
¡Qué fácil se hace el camino, libre de tropiezos, cuando se va en brazos de una
madre! Vamos a pedirle una gracia más; concédeme ser “una madre pobre” para
poder acoger, curar, levantar, cuidar, sembrar paz y alegría; para anunciar que
Jesús salva de todo mal, de toda enfermedad de alma, incluso de mí mismo.