Hoy celebramos la festividad de los
santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. Esta fiesta nos vuelve a recordar
la existencia de los ángeles por un lado y, por otro, que estos tienen un
nombre, es decir, una identidad definida y una misión que realizar. Es
interesante reflexionar hoy en nuestro rato de oración sobre esto porque no son
seres impersonales, abstractos o imaginarios. Además de los tres arcángeles que
celebramos hoy también tenemos cada uno un ángel que vela especialmente por
nosotros, es a quien llamamos el “ángel de la guarda”. Nos puede parecer una
creencia infantil, pero eso es porque nos lo imaginamos como un niño regordete
y travieso que revolotea a nuestro alrededor. O quizás como una especie de
guardaespaldas que nos sigue de cerca con gafas de sol y pinganillo en la
oreja. O como el ordenador del coche fantasma de la televisión que es capaz de
detectar todo tipo de peligros. Pero no es así, sabemos por el evangelio que
los ángeles no son seres impersonales. Mi ángel de la guarda no es un frío
funcionario que cumple la misión de velar por mí como una aburrida rutina. En
el capítulo 15 del evangelio de San Lucas el Señor nos muestra cómo los ángeles
tienen sentimientos parecidos a los nuestros, es decir, gozan y padecen como
nosotros, se alegran y se entristecen como nosotros, ¡se preocupan por
nosotros!
Escribe san Lucas: «¿qué mujer que tiene diez dracmas,
si pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca cuidadosamente
hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, convoca a las amigas y vecinas,
y dice: "Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había
perdido." Del mismo modo, os digo, se produce alegría entre los ángeles de
Dios por un solo pecador que se convierta.»
“Del mismo modo”, nos dice el texto.
Del mismo modo, podemos imaginarnos que un ángel de la guarda cuando recupera
un alma que había perdido, cuando la encuentra, convoca a los demás ángeles y
les dice: "Alegraos conmigo, porque he hallado un alma que había
perdido." Del mismo modo que nosotros, se afana y preocupa por ella y la
busca cuidadosamente. Cada vez que yo me alejo del Señor, cada vez que me
pierdo entre los enredos y tentaciones de este mundo, hay un ángel del Señor,
uno concreto, con nombre propio, que sale en mi busca.
Es consolador saberse acompañado y
buscado por nuestro ángel de la guarda, saber que le importamos a alguien, que
vela por nosotros, y para quien somos alguien significativo y querido. Es
Palabra de Dios.