Lc 9, 44b – 45
Al iniciar la oración, como nos
indica san Ignacio, debo caer en la cuenta de que Dios me está esperando,
ponerme en su presencia, escuchar lo que Él quiere decirme y contarle lo que yo
tengo en mi corazón.
Iniciamos un nuevo curso y nuestra
oración debe ir teniendo cada vez más calidad y profundidad como ocurre en el
trato de amistad con las personas con las que convivimos, que no nos ocurra lo
que narra el pasaje que hay nos propone la Iglesia, que los discípulos no entendían el leguaje; les
resultaba tan oscuro, que no cogían el sentido. Y les daba miedo preguntarle
sobre el asunto. Es cierto
que convivían con Jesús pero esa convivencia o era bastante superficial o lo
más probable era que su fe en Jesús era demasiado débil. No basta con hacer la
oración –convivir con Jesús- es necesario que esa convivencia sea profunda e
íntima.
La profundidad y la calidad de mi
oración es la que me da la fuerza y la creatividad para anunciar el evangelio
de Jesucristo en el ambiente donde vivo. Un anuncio del evangelio que debe ser con Jesús y como Jesús en humillación y cruz
capacitándome para vivir como contemplativo en la acción y practicar la oración
de intercesión.
Oración de intercesión no quiere
decir simplemente “rogar por alguien”. Etimológicamente interceder viene a ser
“situarse en el medio” donde el choque tendrá lugar, es colocarse entre las dos
partes en lucha, donde se corre el riesgo de salir herido, incluso de perder la
vida. No se trata de pedir a Dios una necesidad desde un lugar bien protegido.
Cristo intercedió por nosotros no desde el cielo o como diría san Ignacio desde
su solio real, se hizo hombre y se puso entre el hombre pecador y el infierno y
corrió el riesgo de padecer
tantos trabajos de hambre, de sed, de calor y de frio, de injurias y afrentas,
para morir en una cruz; y todo esto por mí. (EE.
116). El intercesor es distinto al árbitro o al mediador, estos son los que
procuran convencer a una parte para que concedan alguna cosa a la otra parte,
esto se da en política y son ajenos al conflicto estando dispuestos al
retirarse si no hay solución. Interceder es estar allí sin moverse, sin
escapatoria y aceptar el riesgo de esta posición de intercesión.
Al final de la oración no olvidarnos
de darle gracias a Dios Padre por las gracias recibidas, por su luz y por su
fuerza, y a la vez pedir perdón por tantas veces como he cerrado el oído para
no escuchar sus palabras de salvación.