20 septiembre 2015. Domingo de la XXV semana de Tiempo Ordinario (Ciclo B) – Puntos de oración

Te invito a releer despacio el Evangelio.
Jesús va de camino por nuestras vidas, y mientras camina nos va instruyendo. Esto es lo que hacemos cuando leemos y meditamos el Evangelio. En realidad Él siempre está a nuestro lado, pero solamente le escuchamos cuando abrimos el Evangelio o cuando nos paramos a meditar sus palabras en un rato de oración.
Pero como los discípulos, hoy igual que hace dos mil años, tampoco entendemos. Y no solo no entendemos sino que preferimos no entender porque nos da miedo y nos distraemos pensando en otras cosas. Jesús les está preparando para el momento más trascendental de su vida, su Pasión, y ellos… discutiendo por saber quién es el más importante. Podría ser desalentador, pero Jesús es paciente y misericordioso, y con suavidad nos reconduce a la verdad. Jesús nos dice como a los discípulos en Cafarnaúm: ¿Quieres ser el primero? ¿Quieres triunfar y ser importante? Mira este es el camino que yo he inaugurado, este es el camino del discípulo, del cristiano, que quiere vivir el espíritu de las bienaventuranzas, y que se resume en una palabra: servir.
Esto es lo que entendió Ignacio de Loyola, cuando en la última contemplación de los Ejercicios, en la contemplación para alcanzar amor, resume el ideal de santidad del ejercitante: “en todo amar y servir”.
Además Jesús como maestro de sabiduría entiende que no bastan las palabras y las acompaña con una imagen y una acción: “Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, y lo abrazó”.
¿Quién es el más importante? ¿Quién es el más grande? El más pequeño e insignificante a los ojos de los hombres, un niño, ese es el más grande a los ojos de Dios.
Una vez llegado a este punto de la meditación es importante entrar en diálogo íntimo con el Señor. Y dejar que el Espíritu del Señor te lleve por donde él quiera. Yo he intentado ayudarte a la lectura atenta de algunos detalles del texto, pero ahora es cosa tuya y del Señor. Todavía te voy a ofrecer un apunte de lo que a mí me sugiere, pero siéntete libre de recorrer este u otro camino.
Todo pasaje del Evangelio lleva implícitas dos preguntas de Jesús: la primera va dirigida a mi inteligencia, ¿qué te parece?; la segunda es una sugerencia para mi libertad: si quieres…
Señor, ¿qué me parece? ¿Quieres que sea sincero…? Pues te diré que no te entiendo y que me parece un disparate lo que dices. En eso soy como tus discípulos (ya es algo, ¿no?). Bueno, no es que quiera ser importante, ni el primero, pero no sé… me gustaría tener éxito en el apostolado, y atraer a muchos hacia ti; me gustaría hacer bien las cosas… Creo, Señor, que todo esto son deseos buenos y legítimos…
Entonces siento que Jesús me mira, me sonríe y me dice: si, en una cosa dices la verdad, en que no me has entendido… Claro que son buenos y legítimos esos deseos, pero yo te estoy pidiendo un cambio profundo, una conversión del corazón. Todos esos deseos y las acciones que hagas tienen que nacer de un corazón nuevo: un corazón humilde (“quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”) y sencillo (“acercando a un niño, lo puso en medio de ellos”).

Y al final me llega tu llamada, una vez más, con suavidad, sin violencia, como una oferta de vida para mi libertad: ya conoces mi camino… si quieres… sígueme.

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