1 febrero 2016. Lunes de la cuarta semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Se nos ha pedido en este año contemplar el misterio de la misericordia de Dios y desde esta perspectiva nos acercamos a la Palabra de Dios. Comenzamos pidiendo al Señor que nos muestre su rostro misericordioso y que nos dejemos transformar para ser hoy nosotros misericordiosos como el Padre.
El rey David nos da ejemplo de una virtud sin la que es imposible recibir la misericordia: la humildad. Su reacción ante la persecución de su propio hijo Absalón y ante los insultos de Semeí es aceptar la humillación y ofrecerla como un sacrificio ante Dios: “Quizá el Señor se fije en mi humillación y me pague con bendiciones estas maldiciones de hoy”. No reacciona con ira y con violencia –podría mandar a sus vasallos contra los que le persiguen y maldicen- sino que acoge la humillación como una medicina que Dios le envía, quizá para expiar sus pecados y corregir su orgullo: “Dejadlo que me maldiga, porque se lo ha mandado el Señor”.
La actitud de David nos interpela: ¿Cómo acepto las pequeñas humillaciones del día a día: las que provienen de mis miserias, de la convivencia con los demás, de los fracasos o imprevistos que me contrarían? Abelardo nos decía muchas veces que la humildad viene envuelta en un papel de regalo que no nos gusta mucho: las humillaciones. Lo decía sobre todo comentando la meditación ignaciana de dos banderas: la pobreza, la humillación y la humildad son los escalones hacia la bandera de Jesucristo, frente a las riquezas, vanagloria y soberbia de la bandera enemiga. Recuerdo unas letrillas franciscanas en las que a la humillación y a la contrariedad se les ponían unos adjetivos poco habituales, pero muy en consonancia con el espíritu de san Francisco: “La querida humillación y la hermana contrariedad”. El Señor derrama su misericordia sobre el corazón vacío de sí mismo y humilde. Imitemos hoy la humildad de David, que se reconocía pecador y era misericordioso con sus enemigos.
El Evangelio de la curación del geraseno testimonia el poder de la misericordia de Dios para recomponer una persona rota. Meditemos estas palabras del Papa Francisco: “La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona”. Jesús no solo le cura sino que le confía una misión: “Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo por su misericordia”. Aquel hombre empieza a proclamar “lo que Jesús había hecho con él”.

No dejemos de pedirle al Señor que hoy podamos hablar a alguien de lo que Jesús ha hecho con nosotros, de las misericordias de Dios en nuestra vida. Pidamos que en este año de la misericordia podamos llevar a las fuentes de la misericordia, al sacramento del perdón, a quienes necesitan ser sanados y rehechos por la entrañable misericordia de nuestro Dios.

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