*Primera lectura: Dios no juzga como juzga el hombre. El hombre se fija en las
apariencias, pero el Señor se fija en los corazones. Lo único que espera de
nosotros es que tengamos un corazón dispuesto a dejarse moldear por Él, como el
barro tierno en manos del alfarero. David, amado por Dios, será un símbolo de
quien, a pesar de sus grandes miserias, siempre estará dispuesto a volver a
Dios con un corazón arrepentido y, dispuesto también, a iniciar un nuevo camino
bajo la fidelidad a Dios.
*Salmo: Dios es siempre fiel a sus promesas; su amor hacia los suyos
jamás dará marcha atrás, pues lo que Dios da jamás lo retira. Él escogió a David
como siervo suyo; lo ungió y, poniéndolo al frente del Pueblo, Dios siempre
estuvo de su lado. Por eso David, con toda lealtad, puede llamar Padre a Dios;
podrá invocar a Dios pues Él estará siempre dispuesto a protegerlo y a
defenderlo de sus enemigos. ¿Habrá amor más grande hacia David, que el que Dios
le ha manifestado? A nosotros,
por medio de Cristo, Dios nos ha amado hasta el extremo. Desde Cristo Dios no sólo es llamado
Padre nuestro, sino que en verdad lo tenemos por nuestro Padre. Cuando nos acercamos
a pedirle perdón Él nos recibe y nos vuelve a enviar como testigos de su amor y
de su misericordia. Pongámonos en manos de Dios y hagamos nuestra la
Victoria de Jesucristo sobre el pecado y la muerte. Aprendamos a dejarnos guiar
por el Espíritu de Dios, que nos ha ungido y nos ha hecho hijos de Dios, por
nuestra unión a Cristo, habitando en nosotros como en un templo.
*Evangelio: Jesús se enfrenta con los
fariseos, que han deformado la Ley de Moisés, quedándose en las pequeñeces y
olvidándose del espíritu que la informa. Los fariseos acusan a los discípulos
de Jesús de violar el sábado (cf. Mc 2,24). Según su casuística agobiante,
arrancar espigas equivale a “segar”, y trillar significa “batir”: estas tareas
del campo —y una cuarentena más que podríamos añadir— estaban prohibidas en
sábado, día de descanso. Como ya sabemos, los panes de la ofrenda de los que
nos habla el Evangelio, eran doce panes que se colocaban cada semana en la mesa
del santuario, como un homenaje de las doce tribus de Israel a su Dios y Señor.
La actitud de Abiatar es la misma que hoy nos enseña
Jesús: los preceptos de la Ley que tienen menos importancia han de ceder ante
los mayores; un precepto ceremonial debe ceder ante un precepto de ley natural;
el precepto del reposo del sábado no está, pues, por encima de las elementales
necesidades de subsistencia. El Concilio Vaticano II, inspirándose en la
perícopa que comentamos, y para subrayar que la persona ha de estar por encima
de las cuestiones económicas y sociales, dice: «El orden social y su progresivo
desarrollo se han de subordinar en todo momento al bien de la persona, porque
el orden de las cosas se ha de someter al orden de las personas, y no al revés.
El mismo Señor lo advirtió cuando dijo que el sábado había sido hecho para el
hombre, y no el hombre para el sábado (cf. Mc 2,27)».
San Agustín nos dice: «Ama y haz lo que quieras». ¿Lo
hemos entendido bien, o todavía lo que es secundario ahoga el amor que hay que
poner en todo lo que hacemos? Ojalá que estas consideraciones nos ayuden a vivificar todas nuestras obras con
el amor que el Señor ha puesto en nuestros corazones, precisamente para que le
podamos amar a Él.
Oración final:
Dios todopoderoso, que por la maternidad virginal de María
entregaste a los hombres los bienes de la salvación, concédenos experimentar la
intercesión materna de la que nos ha dado a tu Hijo Jesucristo, el autor de la
vida. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.