Quizás
alguno dudéis sobre que texto meditar en este día. Es verdad que la primera
lectura es muy sugerente, que la escena de David y Goliat nos puede ayudar a
ver lo que pueden la fe y la confianza absoluta en el Señor, que se expresa en
la oración del salmo. Pero nuestra mirada se debe centrar siempre en Jesús,
hacia Él va nuestra atención ahora y siempre. Y Jesús en esta escena, y en todo
el evangelio revela la misericordia. Jesús es el rostro de la misericordia de
Dios.
“El nombre de Dios es misericordia”, es el
libro-entrevista del Papa Francisco. Lo he leído de un tirón y me ha sanado
interiormente muchas heridas. En sus páginas el Papa dice que la misericordia
supera al perdón. Que la misericordia es el perdón que acaricia… es una
relectura reveladora de toda su experiencia de vida como sacerdote y en el
fondo es casi un relectura de todo el Evangelio de Jesús en clave de
misericordia. Después de leer este libro no podemos interpretar este pasaje de
otro modo que como revelación de la misericordia.
En la escena de hoy la misericordia se reviste de
compasión.
Aunque en la lectura de hoy no aparece la palabra, uno de
los verbos que emplean los evangelistas más de una vez para expresar la
reacción de Jesús ante el sufrimiento, la enfermedad y la injusticia de las
gentes con las que se encuentra es “compadecerse”. A Jesús le llega al alma ver
sufrir a las personas. La compasión es el modo humano de Jesús para manifestar
la misericordia divina. Como dice el Papa, “Jesús no mira la realidad desde
fuera, sin dejarse arañar… Se deja implicar”.
Jesús, al ver a aquel hombre con la mano paralizada en la
sinagoga pospone la oración litúrgica para atender aquella necesidad
perentoria, porque Jesús se conmueve. Exactamente lo mismo que cuando, al
entrar en la aldea de Naim, se encuentra con una mujer viuda que llevaba a
enterrar a su hijo único; igual que cuando en Jericó unos ciegos le piden que
les cure, lo mismo que cuando al bajar de la barca vio a la multitud que le
seguía, etc. Siempre que Jesús se encuentra con una persona que sufre en el
alma o en el cuerpo, le da lástima y actúa. Tiene entrañas de misericordia. No
así los fariseos, a pesar de ser cumplidores exquisitos de la Ley; su corazón
no vibraba más que con la adulación, la vanidad, la soberbia o el orgullo.
Hay dos lecturas de este evangelio: una que produce enfado
y rechazo, la que se ve en los fariseos que no ven a la persona necesitada; y
la otra es la que refleja el latido de compasión y misericordia del corazón de
Jesús que se conmueve ante el dolor de un hombre.
Pero la meditación de hoy no puede terminar aquí. No puede
terminar con tu media o tu hora de oración. Está pidiendo una oración
prolongada con la vida: porque hay muchas heridas que sanar entre los hombres.
Tenemos que sentir al final que Jesús no mira y nos dice: “Vete y haz tú lo
mismo”.