El
evangelio de hoy nos pone en contacto directo con Jesús. Respondiendo una
pregunta. “Los discípulos de Juan el Bautista y los discípulos de los
fariseos ayunan. ¿Por qué los tuyos no?”
Jesús les contestó. “¿Es que pueden ayunar los amigos del
novio, mientras el novio está con ellos? Mientras tienen al novio con ellos no
pueden ayunar. Llegará un día en que se lleven al novio; aquel día sí que
ayunarán”.
Todos hemos experimentado, tú y yo, la alegría de
participar en alguna boda de algún familiar cercano o de algún amigo. Ya
los días anteriores a la boda lo vamos añorando, esperando, preparando. Lo
vivimos con mayor intensidad el mismo día de la boda y los días posteriores lo
recordamos con alegría.
Este rato de oración es para dialogar con el Señor, con el
mejor amigo. Con el amigo que nunca falla. Siempre está a mi lado en los
momentos tristes y alegres. Él está allí siempre cuando más lo necesito.
Cuando este amigo, el novio de la boda, que es Cristo y su
Iglesia, está conmigo, tiene que notarse, aunque no hable, lo tengo que hacer
presente a las personas con las que convivo en este día. La alegría y la serenidad, junto
con la paz es la manifestación real de que Cristo está conmigo; lo siento,
escucho, hablo con Él.
Sí, pueden ser sólo algunos momentos, pero me comunican
tal fuerza y experiencia de Dios, que según san Ignacio de Loyola, la podemos
llamar consolación.
Pero nos previene el Evangelio, que llegará algún momento
en que se lleven al novio y entonces nos tocará ayunar, no por el cumplimiento
de una ley, sino porque Jesús
también se hace presente en la soledad, en el sufrimiento, en el aparente
abandono, en palabras de san Ignacio en la desolación.
No tengamos miedo. El novio, Jesús, nos purifica con ese
vino nuevo y fuerte y está dispuesto a llenar nuestros cántaros vacíos
para continuar nuestro camino en este día, donde no van a faltar, luces y
sombras, consolaciones y desolaciones. Pero siempre en la presencia y en la
cercanía de este Jesús que camina delante de mí y me da la mano cuando
aparece cualquier dificultad. Y me dice. “Soy yo, no tengas miedo”.
Si me ayuda, la imaginación la centro contemplando a
María que escucha estas palabras de Jesús. Ella vivió de
manera plena la presencia entrañable de su Hijo a lo largo de toda la vida, que
sólo entendía desde la vida de fe, y la ausencia de su Hijo en el momento
decisivo del calvario, cuando nace la Iglesia de su corazón abierto.
María, a tu lado siempre me sentiré hijo amado, alegre y
sereno, porque soy hermano del Novio.