Hemos
iniciado el tiempo litúrgico que mantiene ese sabor a manifestación del
misterio de Cristo propio de los últimos días del tiempo de Navidad. Jesús es
la luz del mundo, él nos ilumina mediante sus palabras y sus obras, él se abaja
a nuestras miserias y nos libera de todo mal.
En este año de la misericordia Jesús se nos presenta como
el compasivo, se ha compadecido de nuestros males y nos ha dado una luz en las
tinieblas, el sentido en medio del desconcierto, la razón de ser en el caos.
El evangelio muestra como esa luz se va difundiendo y su
fama se extiende. Tiene autoridad que alivia a las personas que le reconocen,
creando una incógnita sobre su ser. Precisamente es su ser lo que puede dar
esperanza y se irá revelando a lo largo del evangelio. Jesús realizando su
misión se nos da conocer como “Emmanuel”, Dios con nosotros. Esa luz se
prolonga en la vida de la Iglesia que por los sacramentos prolonga la compasión
de Jesús así como por toda su vida. Los santos han hecho presente esa misericordia
del Señor y la siguen haciendo; la acción de la gracia de Cristo en tantos
hombres de nuestro tiempo ilumina la vida del mundo.
Pidamos en nuestra oración descubrir a Cristo en nuestra
vida y ser su presencia para los demás. Que nos ayude la presencia de María; en
la liturgia de hoy podemos descubrir su presencia en el canto de Ana que
anuncia su magníficat: “su misericordia de generación en generación”.