Para
la oración de hoy los textos de la Escritura que se proclaman en la Eucaristía
nos vuelven a marcar la pauta de una forma extraordinaria. Dios nos sigue
hablando a través de su Palabra. Pongámonos en su presencia, invoquemos al
Espíritu Santo y dejemos hablar al Señor Jesús desde el fondo de nuestro
corazón.
En la primera lectura seguimos con la historia de Saúl y
David. Un emocionante encuentro, como de película. Saúl, todavía rey, que busca
a David para matarlo, queda en sus manos sin saberlo, y David le perdona la
vida, y así se lo hace saber, poniéndose humilde y valientemente a sus pies.
Saúl se sorprende; la actitud de David no entra en sus
esquemas. Nadie en su entorno perdona a su enemigo, se pone a sus pies, se
muestra tan generoso con aquellos que le quieren mal y buscan incluso su
muerte:
“Porque tú me has pagado con
bienes, y yo te he pagado con males; y hoy me has hecho el favor más grande,
pues el Señor me entregó a ti y tú no me mataste. Porque si uno encuentra a su
enemigo, ¿lo deja marchar por las buenas?”
¿Estaría yo dispuesto a hacer lo que hizo David cuando
alguien me la juega, pone en entredicho mi reputación, me difama, me persigue
física o moralmente? Contrastemos nuestra vida con la de David en este
episodio, con la de Cristo en la cruz. Preguntémonos: ¿hasta dónde estoy
dispuesto a llegar en el cumplimiento del mandato evangélico del amor a los
enemigos?
La respuesta es muy sencilla: sin Él nada podemos. Por
eso, en este rato de oración, pedir de nuevo al Señor: llena tú mi corazón,
hazme caminar por tus sendas, se tú el que actúe a través mío siendo
misericordia de Dios para los que me rodean, en las acciones más menudas de la
vida. Dejémosle hacer a Él, como decía santa Maravillas de Jesús y tantos
otros. Hay que pedirlo en la oración, hay que desearlo de todo corazón.
Es bonita la reacción de Saúl: se admira de la actitud de
su “enemigo”, que sabe perdonar. Esa actitud es la que puede cambiar hacia Dios
el corazón de los que nos rodean, si sabemos ser testimonios de la misericordia
de Dios en medio de ellos.
Pidamos también nosotros a María que nos limpie los ojos
para ver, como Saúl, la gran misericordia de la que somos objeto continuamente.
Pidamos esa misericordia, como proclama el salmo de hoy:
“Misericordia, Dios mío,
misericordia”
Para nosotros, y para los que se nos acerquen en este día
Porque el Señor, como tuvo misericordia con David al
ungirle rey, como la tuvo con Saúl al perdonarle la vida ante David, tiene
también continuamente misericordia con nosotros. Cada detalle de nuestra vida
es una muestra de su amor de predilección. Nos lo recuerda en el evangelio de
hoy. A nosotros, como a los apóstoles, nos ha llamado a estar con él, nos ha
hecho sus compañeros, nos envía a predicar, nos da poder sobre los demonios del
mal que quieren dominar a los hombres:
“… fue llamando a los que él
quiso, y se fueron con él. A doce los hizo sus compañeros, para enviarlos a
predicar, con poder para expulsar demonios.”
Y lo hace porque quiere, porque nos ha amado primero,
porque nos quiere.
Demos gracias a Dios, terminemos así nuestra oración:
“Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré su fidelidad, por todas las edades”