Dos
días después de la fiesta de la Epifanía, la Iglesia nos invita a seguir
celebrando la manifestación del Señor, la revelación de que el Hijo de Dios ha
llegado a la tierra y lo ha hecho para salvarnos. Hoy la liturgia nos propone
celebrarlo mediante el pasaje de la multiplicación de los panes y los peces.
Sumerjámonos en este hecho prodigioso para vivirlo con el mismo estupor con el
que lo vivieron los discípulos y redescubrir con una mirara nueva la divinidad
de Jesús.
Puede ayudarnos introducirnos en la escena como uno de los
discípulos, preocupado y atareado por recoger alimento entre los presentes ante
la indicación de Jesús a que demos de comer a la multitud. Sintámonos
derrotados y agotados ante una labor ingente que nos supera y se escapa de
nuestras posibilidades. Revivamos en nuestro corazón la desconfianza que esa
tarde debieron de sentir los discípulos y compartamos con ellos la experiencia
de que Dios siempre va más allá de nuestras expectativas, al ver que los panes
y los peces no se agotan al ser repartidos entre la multitud. Transportemos
cada uno de esos pedazos de pan y pescado a la gente mientras somos conscientes
de formar parte de un misterio que no comprendemos. Fijémonos en las caras de
las personas que agradecidas nos miran esperando que les llevemos un poquito de
alimento: los niños, los ancianos, los enfermos, las mujeres, los hombres…
Participemos de las conversaciones entre los discípulos
una vez que pudieron descansar de repartir el alimento. Sintámonos admirados
como ellos, inquietos ante la pregunta: “¿y quién es este capaz de alimentar a
una multitud con cinco panes y dos peces?” Observar su rostro, sus manos, su
expresión, totalmente humanas. Y quedémonos perplejos ante el misterio.
¿Y quién es este, ¿y quién es este? Repitámonos con
insistencia. Preguntarme también: ¿y quién es este para mí? Y dirigirle la
pregunta a Él: ¿quién eres Tú? Adoremos y callemos ante el misterio que se nos
revela: un hombre que hace tales milagros. Un hombre que es presencia
misteriosa de Dios. Un hombre a través del cual llega la salvación a los
hombres, a mi vida en cada una de las pequeñas situaciones que la componen: mi
matrimonio, mi trabajo, mis hijos, mis amigos, mis parientes… Un hombre al que
puedo tocar, abrazar, mirar a los ojos.