29 enero 2016. Viernes de la tercera semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

De la lectura de hoy sobre el rey David podemos hacer dos reflexiones.
La primera sobre la manera de encadenarse los acontecimientos que le llevaron a cometer adulterio y posteriormente a asesinar a Urías. La segunda, más en relación quizás con las lecturas de mañana, sobre la Misericordia que mostró Dios con el rey David.
Nos describe la primera lectura los escalones que irresponsablemente va bajando David hasta llegar a cometer el doble pecado. Escalones que son una muestra de los pasos previos que insensiblemente nos van conduciendo a una situación de pecado.
- Primero que mandó a todo el ejército a luchar mientras él se quedó en Jerusalén.
- No se debió de quedar en la ciudad por sus muchas ocupaciones, más bien por pereza o comodidad porque añade el texto que se levantó de la cama ¡por la tarde! y se puso a pasear
- Es en esta situación de molicie y ocio cuando divisó a una mujer que se estaba bañando, de aspecto muy hermoso, y es aquí cuando, llevado de la curiosidad o de la lujuria, David mandó averiguar quién era aquella mujer. El resto de la escena ya sabemos cómo terminó.
La naturaleza humana no ha cambiado mucho desde los tiempos del rey David hasta ahora, por lo que una enseñanza que podemos obtener de esta lectura es la secuencia de pasos aparentemente inofensivos que nos pueden hacer resbalar insensiblemente por la pendiente del abismo como al rey David: comodidad-ocio-pereza-curiosidad-lujuria-pecado.
La segunda reflexión que podemos hacer de esta lectura es la inmensa misericordia de Dios. En efecto, el relato nos cuenta la abominable conducta de un hombre que: manda a su ejército a la guerra mientras él permanece ociosamente en su palacio; en ausencia de uno de sus oficiales más leales mancilla a la mujer de este; al quedar embarazada intenta ocultar de manera innoble su responsabilidad; finalmente, ante la inquebrantable lealtad de su súbdito opta por poner fin a su vida traicionándole en medio del campo de batalla, y esto, buscando la colaboración de terceros. ¿Hay un comportamiento más innoble, ruin y miserable?
Pues cuando David recapacite y sea consciente de su error, implorará perdón y misericordia a Dios, aceptando la pena que le corresponda por su pecado. “Por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado” nos dice el salmo.

Y esta es la segunda reflexión: cómo la inmensa compasión y misericordia de Dios es más grande que el mayor de mis pecados, por inmenso que este me pueda parecer. Mi pecado, como el del rey David, nunca podrá ser mayor que la misericordia de Dios. Esta es nuestra confianza en este Año de la Misericordia. Como nos dijo Juan Pablo II: Quien quiera que seas, como quiera que te encuentres, cualquiera que sea tu condición existencial, Dios te ama, ¡te ama totalmente!

Archivo del blog