De la lectura de hoy sobre el rey
David podemos hacer dos reflexiones.
La primera sobre la manera de
encadenarse los acontecimientos que le llevaron a cometer adulterio y
posteriormente a asesinar a Urías. La segunda, más en relación quizás con las
lecturas de mañana, sobre la Misericordia que mostró Dios con el rey David.
Nos describe la primera lectura los
escalones que irresponsablemente va bajando David hasta llegar a cometer el
doble pecado. Escalones que son una muestra de los pasos previos que insensiblemente
nos van conduciendo a una situación de pecado.
- Primero
que mandó a todo el ejército a luchar mientras él se quedó en Jerusalén.
- No
se debió de quedar en la ciudad por sus muchas ocupaciones, más bien por pereza
o comodidad porque añade el texto que se levantó de la cama ¡por la tarde! y se
puso a pasear
- Es
en esta situación de molicie y ocio cuando divisó a una mujer que se estaba
bañando, de aspecto muy hermoso, y es aquí cuando, llevado de la curiosidad o
de la lujuria, David mandó averiguar quién era aquella mujer. El resto de la
escena ya sabemos cómo terminó.
La naturaleza humana no ha cambiado
mucho desde los tiempos del rey David hasta ahora, por lo que una enseñanza que
podemos obtener de esta lectura es la secuencia de pasos aparentemente
inofensivos que nos pueden hacer resbalar insensiblemente por la pendiente del
abismo como al rey David: comodidad-ocio-pereza-curiosidad-lujuria-pecado.
La segunda reflexión que podemos
hacer de esta lectura es la inmensa misericordia de Dios. En efecto, el relato
nos cuenta la abominable conducta de un hombre que: manda a su ejército a la
guerra mientras él permanece ociosamente en su palacio; en ausencia de uno de
sus oficiales más leales mancilla a la mujer de este; al quedar embarazada
intenta ocultar de manera innoble su responsabilidad; finalmente, ante la
inquebrantable lealtad de su súbdito opta por poner fin a su vida
traicionándole en medio del campo de batalla, y esto, buscando la colaboración
de terceros. ¿Hay un comportamiento más innoble, ruin y miserable?
Pues cuando David recapacite y sea
consciente de su error, implorará perdón y misericordia a Dios, aceptando la
pena que le corresponda por su pecado. “Por tu inmensa compasión borra mi
culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado” nos dice el salmo.
Y esta es la segunda reflexión: cómo
la inmensa compasión y misericordia de Dios es más grande que el mayor de mis
pecados, por inmenso que este me pueda parecer. Mi pecado, como el del rey
David, nunca podrá ser mayor que la misericordia de Dios. Esta es nuestra
confianza en este Año de la Misericordia. Como nos dijo Juan Pablo II: Quien
quiera que seas, como quiera que te encuentres, cualquiera que sea tu condición
existencial, Dios te ama, ¡te ama totalmente!