Pedimos la ayuda del Espíritu
Santo para ser
capaces de orar como el Padre espera de nosotros. Y para que nuestro corazón,
mente y voluntad se vayan configurando a lo que de verdad deseamos; ser
felices. Contamos además con la ayuda de Santa María y Jesús para interceder
ante el Padre.
En la primera lectura se nos comenta el dolor de una mujer
por ser afrentada a causa de su esterilidad. Esto contrasta con el amor del
esposo cuando le dice “¿no valgo yo para ti más que diez hijos? Podemos pensar
en alguna de nuestras lloreras y si no se podrían cortar cayendo en la cuenta y
apreciando el amor grande que Dios nos tiene. Si enfocamos la mirada,
únicamente en lo que yo esperaba (ó los demás) de mí, pueden darse esas grandes
frustraciones. Pero al cambiar el objetivo (desde Dios que es todo amor) el
resultado es distinto; paz, aceptación, serenidad, comprensión de la realidad y
de mí mismo. Y como fruto una vida tranquila, más eficaz y más difusiva del
amor de Dios.
Con el
Salmo podemos
recordar algún bien recibido del Señor; en este caso, “alzar la copa de la salvación”
puede ser el ofrecer alguna de nuestras Eucaristías como acción de gracias.
Unirnos al sacerdote que alza la copa y, ofrecer nuestro motivo de acción de
gracias, junto Jesús que se ofrece por mí. Recordar alguna de las ataduras de
pecado de las que nos ha liberado el Señor, es algo que le agrada. Otro matiz
que nos ofrece el Salmo es “cumpliré mis promesas al Señor en presencia del
pueblo”. Nos invita el Salmo a que “el lugar de los demás” sea ocasión para
manifestar, con mi comportamiento, el nuevo cambio a que el Señor me invita y
yo me he comprometido a vivir. ¿Realmente en la convivencia sigo siendo del
Señor o dejo de lado mis compromisos con Él? Aparte de tener más o menos
relación social, de poder o no manifestar mi amor por El a los demás, nunca
estoy excusado del trato íntimo con El, de no dejarle sólo en mi corazón.
El
Evangelio nos
recuerda que Jesús anuncia la Buenas noticia de Dios; “el tiempo se ha
cumplido; el Reino de Dios está cerca, convertíos”. Y acto seguido nos relata
S. Marcos la llamada
a las dos parejas de hermanos. Porque Jesús necesita, para la continuidad de su
labor, “pescadores de hombres”. Quizás nos pueda ayudar tararear la canción de
pescador de hombres; “Tú has venido a la orilla, no has buscado ni a sabios ni
a ricos…”. Son necesarios sacerdotes, religiosos, consagrados. Para que vayan
en el nombre de Jesucristo a buscar corazones para que se ame más a Dios. Que
se hagan a su cariño, cristianos y buenos. Dios nos regaló a su amado Hijo
Jesús para limpiar toda la impureza de las almas, porque Dios es amor y sólo
desea amor entre las personas. Tenemos y debemos llevar el Evangelio de Simón,
Andrés, Santiago y Juan, que lucharon hasta el final por Dios. Porque la fe,
sembrando el AMOR, crea relaciones, actitudes, sociedades y una cultura nuevas.
Pidamos con insistencia a Dios por la generosidad en los jóvenes y, para que no
ahoguen la llamada de Jesús a seguirle, perdiéndose por tantos atractivos
humanos, técnicos y sociales que no de dejan de ser sólo medios.