1) Preparamos nuestro corazón para el encuentro con Jesús.
Invocamos al Espíritu Santo, repitiendo pausadamente las oraciones: “Ven
Espíritu Santo”, “ven dulce huésped del alma”.
Pedimos ayuda a la Madre: “Madre, tus ojos para mirarle,
tus oídos para escucharle, tu corazón para amarle”. No nos olvidamos de san
José, maestro de oración. Le invocamos: “san José enséñanos a orar, cuida de
nuestra perseverancia”.
2) En la primera lectura vemos a Natán utilizar la parábola
para hacer reflexionar al rey David y que perciba la gravedad del pecado
cometido. David el elegido por Dios, comenzó a engreírse y a confiar en sí
mismo. En aquel punto fue desamparado de la mano de Dios: “Atribuyo la
gloria del incorruptible Dios a nosotros, corruptibles hombres” (Rom 1,23), olvido que la
gloria se debe a Dios y el vencedor de Goliat, sin la protección de Dios
cometió adulterio con Betsabé y asesinato, eliminando al inocente Urías.
3) El salmo es el 50, el célebre Miserere, escrito por David
precisamente después del diálogo con Natán. La Iglesia en sus lecturas de hoy,
nos propone los versículos 12-16. Los versículos previos a estos han ido
expresando el reconocimiento de la culpa. Ahora, como consecuencia de esta
confesión del pecador se va a abrir un horizonte de luz en el que Dios vuelve a
darle vida.
“Renuévame por dentro con espíritu firme; (…) no me
quites tu santo espíritu; (…) afiánzame con espíritu generoso” (vv.12.13.14). El
pecador reza mendigando que Dios entre en su alma, que le infunda nueva vida,
que lo eleve del reino del pecado al cielo de la gracia. Es el discurso del
hijo prodigo al Padre que salía todos los días a buscarle en el horizonte.
Estos versículos son una triple invocación al Espíritu
Santo que provoca la renovación del orante. En el v.15 el orante se transforma
en testigo: “Enseñaré a los malvados tus caminos”.Enseñará los
caminos para volver a la casa del Padre. Estos párrafos se hacen especialmente
vida en aquellos que tras recorrer las sendas tenebrosas del pecado, han
experimentado el amor misericordioso de Dios y se convierten en testigos
ardientes, como fueron: san Agustín y san Pablo.
“Líbrame de la sangre” v.16. En David se entiende que
pide perdón por el asesinato de Urías, que el castigo del Señor no sea echarle
de su casa. La Iglesia también interpreta que el Espíritu Santo inspira el
párrafo para pedirnos la renuncia a la violencia, la purificación del mal y el
odio que residen en nuestro corazón.
Termina el Salmo proclamando la alabanza a Dios, después
de sentir la liberación de la opresión del pecado. “Cantará mi
lengua tu justicia”. El Señor no se complace en el castigo del pecador,
sino en su rehabilitación, ese es el sentido de su justicia.
4) El evangelio es el de la embarcación que zozobra y los
temerosos apóstoles despiertan a Cristo. Él manda al agua y al viento que se
calmen. “¡Silencio,
enmudece!”. Como hilo
conductor de las tres lecturas se me ocurre recordar el diálogo que intenta
Jesús en la curación del paralítico, al que descienden por el tejado.
Jesús les pregunta: ¿Qué
es más fácil decir: tus pecados te son perdonados o levántate y anda?
El silencio es la respuesta.
- “Pues para que veáis que puedo perdonar los
pecados, levántate toma tu camilla y vete a tu casa”. El paralítico se
puso a andar.
Parece que hoy el Señor a través de las lecturas sagradas
nos está diciendo: “Puedo perdonar los pecados de David y los de cualquiera que
venga a mí. Si no crees, mira el poder que tengo que hasta el agua y el viento
me obedecen”.
5) Hacer examen de la oración en compañía de la Madre. Ella
ha recibido “el conocimiento del corazón” (Papa Francisco), desde esa
perspectiva debemos hacer nuestro examen. Este punto de vista más emocional y
menos intelectual es una forma más adecuada de entender las cosas de
Dios.
Por lo tanto acabemos la oración como la empezamos.
Pidiéndole a la Madre nos deje su corazón para amarle.