Las
lecturas que nos presenta la liturgia para mañana están teñidas por el dolor
que llega inesperado.
Vamos por ello a pedir ayuda al Espíritu Santo para que
nos socorra oportunamente. Para que el dolor no nos cierre al bálsamo de la
confianza y el abandono en las manos, siempre cariñosas, de Dios Padre.
En la primera lectura escuchamos el relato de la muerte de Saúl y Jonatán su
hijo. Y la repercusión profunda, dolorosísima que tiene en David. Vemos cómo se
quiebra emocionalmente, cómo tiene ese gesto externo de rasgar sus vestiduras y
cómo invita a todos a reconocer tan grande pérdida. Luego entra en ese
soliloquio de lamentos; “Ay,
flor de Israel herida en las alturas”, “¡ay, cómo te quería! ¡Cómo sufro por
ti, Jonatán hermano mío”.
¡Cuánto aprendemos de “esa humanidad” de David!; a querer
de verdad a las personas (con ese amor de hermano), esa espontaneidad de no
esconder los sentimientos, ese “hacer familia en el dolor: llorad conmigo”, ese
no guardar rencor a Saúl por querer matarlo en su día. Parece tan verídico, tan
sincero el relato que casi nos mueve a dolernos con él.
El Salmo no
puede ser más apropiado para expresar ese dolor, pero ahora llevado HACIA EL
SEÑOR. El sufrimiento transformado en oración: como una queja. Hay UN VERBO,
UNA PREGUNTA, UNA LLAMADA que sintetizan los “tiempos del corazón” durante esta
oración angustiosa; ESCUCHA, ¿HASTA CUANDO?, MIRA LO QUE ME PASA.
· ESCUCHA… despierta tú poder y ven a salvarnos
· UNA PREGUNTA… ¿Hasta cuándo estarás airado mientras tú pueblo te
suplica?
· MIRA LO QUE ME PASA… nos entregaste a las contiendas de nuestros vecinos,
nuestros enemigos se burlan de nosotros.
Se puede aprender de este Salmo que, en
la noche del dolor, no cortemos el diálogo con Aquel que es nuestro amparo y
refugio. Con Aquel que nos comprende, nos alienta y no nos deja solos. Es más,
lleva la carga junto a nosotros.
El evangelio de
hoy es cortísimo. Pero el colmo del dolor, podríamos decir, es cuando viene de
los propios familiares. Tras una breve reflexión nos damos cuenta que hay un
contraste de búsqueda. Los de fuera “tanta gente que no los dejaban comer”, le buscan para escucharle, recibir
una palabra de consuelo, ser curados…Sin embargo, los de casa, le buscan
para llevárselo, quitarlo (diríamos nosotros) de la voluntad del Padre. Quizás
sentían a Jesús como una afrenta familiar por la novedad de su mensaje, por
“las extravagancias” de comer con pecadores, gente sin formación, con los
últimos, con los intrusos romanos…Es como decir “ya vale de historias y tantas
fantasías”, que al final nos salpica y a nosotros (su familia) nos van a tratar
también de locos.
Quizá nosotros podemos recibir en algún momento ese trato
despectivo por seguir internamente el dictado de la conciencia; por seguir a
Jesús, sus mandamientos y su voluntad. Pero estemos atentos para no tratar
inadecuadamente a aquellas personas que a nuestro alrededor viven de forma
honesta, pero novedosa, el evangelio de Jesús. Observamos cómo surgen
carismas nuevos; individuales, en las familias, en nuevos grupos. Vamos a dejar
hacer, vamos a alegrarnos con sus frutos, vamos a alabar a Dios por tanta
maravilla y riqueza en su Iglesia.
El dolor “tan humano” que nos muestra la primera lectura,
el sufrimiento orado-dialogado que nos enseña el Salmo y la contradicción de
los de casa, son realidades que pueden aparecer también en nuestras vidas. Todo
esto, vivido junto a una Madre, da una nueva perspectiva a los hechos y a la
repercusión en nuestros corazones. Al menos, si perdemos paz, serenidad,
confianza y fortaleza en el dolor, podemos decir; María, madre ¡Ayúdame! Quizá
todas las circunstancias sigan igual pero no así nuestro corazón.