23 eneri 2016. Sábado de la segunda semana de T.O. – San Ildefonso – Puntos de oración

Las lecturas que nos presenta la liturgia para mañana están teñidas por el dolor que llega inesperado.
Vamos por ello a pedir ayuda al Espíritu Santo para que nos socorra oportunamente. Para que el dolor no nos cierre al bálsamo de la confianza y el abandono en las manos, siempre cariñosas, de Dios Padre.
En la primera lectura escuchamos el relato de la muerte de Saúl y Jonatán su hijo. Y la repercusión profunda, dolorosísima que tiene en David. Vemos cómo se quiebra emocionalmente, cómo tiene ese gesto externo de rasgar sus vestiduras y cómo invita a todos a reconocer tan grande pérdida. Luego entra en ese soliloquio de lamentos; “Ay, flor de Israel herida en las alturas”, “¡ay, cómo te quería! ¡Cómo sufro por ti, Jonatán hermano mío”.
¡Cuánto aprendemos de “esa humanidad” de David!; a querer de verdad a las personas (con ese amor de hermano), esa espontaneidad de no esconder los sentimientos, ese “hacer familia en el dolor: llorad conmigo”, ese no guardar rencor a Saúl por querer matarlo en su día. Parece tan verídico, tan sincero el relato que casi nos mueve a dolernos con él.
El Salmo no puede ser más apropiado para expresar ese dolor, pero ahora llevado HACIA EL SEÑOR. El sufrimiento transformado en oración: como una queja. Hay UN VERBO, UNA PREGUNTA, UNA LLAMADA que sintetizan los “tiempos del corazón” durante esta oración angustiosa; ESCUCHA, ¿HASTA CUANDO?, MIRA LO QUE ME PASA.
·         ESCUCHA… despierta tú poder y ven a salvarnos
·         UNA PREGUNTA… ¿Hasta cuándo estarás airado mientras tú pueblo te suplica?
·         MIRA LO QUE ME PASA… nos entregaste a las contiendas de nuestros vecinos, nuestros enemigos se burlan de nosotros.
Se puede aprender de este Salmo que, en la noche del dolor, no cortemos el diálogo con Aquel que es nuestro amparo y refugio. Con Aquel que nos comprende, nos alienta y no nos deja solos. Es más, lleva la carga junto a nosotros.
El evangelio de hoy es cortísimo. Pero el colmo del dolor, podríamos decir, es cuando viene de los propios familiares. Tras una breve reflexión nos damos cuenta que hay un contraste de búsqueda. Los de fuera “tanta gente que no los dejaban comer”, le buscan para escucharle, recibir una palabra de consuelo, ser curados…Sin embargo, los de casa,  le buscan para llevárselo, quitarlo (diríamos nosotros) de la voluntad del Padre. Quizás sentían a Jesús como una afrenta familiar por la novedad de su mensaje, por “las extravagancias” de comer con pecadores, gente sin formación, con los últimos, con los intrusos romanos…Es como decir “ya vale de historias y tantas fantasías”, que al final nos salpica y a nosotros (su familia) nos van a tratar también de locos.
Quizá nosotros podemos recibir en algún momento ese trato despectivo por seguir internamente el dictado de la conciencia; por seguir a Jesús, sus mandamientos y su voluntad. Pero estemos atentos para no tratar inadecuadamente a aquellas personas que a nuestro alrededor viven de forma honesta, pero novedosa, el evangelio  de Jesús. Observamos cómo surgen carismas nuevos; individuales, en las familias, en nuevos grupos. Vamos a dejar hacer, vamos a alegrarnos con sus frutos, vamos a alabar a Dios por tanta maravilla y riqueza en su Iglesia.

El dolor “tan humano” que nos muestra la primera lectura, el sufrimiento orado-dialogado que nos enseña el Salmo y la contradicción de los de casa, son realidades que pueden aparecer también en nuestras vidas. Todo esto, vivido junto a una Madre, da una nueva perspectiva a los hechos y a la repercusión en nuestros corazones. Al menos, si perdemos paz, serenidad, confianza y fortaleza en el dolor, podemos decir; María, madre ¡Ayúdame! Quizá todas las circunstancias sigan igual pero no así nuestro corazón.

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