1. Nos encontramos en pleno Mes
de los Difuntos, todavía conmovidos por la imponente liturgia del día de
Todos los Santos y de los Difuntos. Los Novísimos se nos presentan más
evidentes. Sigamos profundizando en el hondón del alma, meditando en la muerte,
juicio, cielo, infierno. Te comparto de mi libro de J.M. Cabodevilla, 32 de diciembre. La muerte y
después de la muerte:
¿Y después? Un mendigo le pidió
limosna a Talleyrand, diciéndole muy apremiado: “¡Monseñor, tengo que vivir!”.
Talleyrand se limitó a ser objetivo: “No veo la necesidad”. ¿Y después? Llega
un momento en que todo posible “después” queda abolido. La vida, no obstante,
ha sido larga. Han sido muchos años, multiplicados por 365 días; muchos días,
multiplicados por 24 horas. Y en una hora se pueden hacer en coche, sin
temeridad, 80 kilómetros, se pueden leer con cierto detenimiento las dos cartas
de san Pablo a los files de Corinto, los músculos del corazón se contraen y
dilatan cuatro mil veces, transcurre medio partido de fútbol y su descanso
correspondiente, y más de ocho mil hombres pasan de este mundo al otro. Sin
embargo, la vida, al final, resulta harto breve, poco más que un soplo, “poco
más que el amor de dos grillos cebolleros o de dos seres humanos” (BAC, Madrid,
1979, p. 54)
Entramos en el sprint final del Año de la
Misericordia. En muchos lugares se clausura con una gran celebración.
La oración de mañana puede servirnos de nuevo para evaluar y agradecer por lo
recibido.
Y ya, caminando hacia la fiesta de Cristo Rey, en campaña
con la Inmaculada.
Nos ponemos en presencia del Señor,
“corrigiendo el tiro”, para que nuestro obrar sea transparente, puro…Que
todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en
servicio y alabanza de su Divina Majestad.
2. El amor inicial. La primera lectura nos apremia: “Pero debo reprocharte que
hayas dejado enfriar el amor que tenías al comienzo. Fíjate bien desde dónde
has caído, conviértete y observa tu conducta anterior» (Ap 1, 1). Tus primeros
Ejercicios, tu primicia, tu estreno, tu ilusión primera…
3. 24 horas, feliz, para Dios. El Salmo 1,1-2.3.4.6 nos estimula a la santidad, plena,
alegre: Feliz el hombre que se complace en la ley del Señor y la medita de día
y de noche.
4. Un medio: la oración audaz y confiada a Cristo, Nuestro Señor: “Los que iban delante lo
reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: "¡Hijo de
David, ten compasión de mí!". Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran.
Cuando lo tuvo a su lado, le preguntó: "¿Qué quieres que haga por
ti?" "Señor, que yo vea otra vez". Y Jesús le dijo: "Recupera
la vista, tu fe te ha salvado" (Lc 18,35-43).
TEXTO DE APOYO
Leer el comentario del Evangelio por
Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, (1891-1942), carmelita
descalza, mártir, copatrona de Europa. Poesía "Heilige
Nacht": “Señor, que vea”.
A menudo parecía que mis fuerzas me
querían abandonar.
Más todavía, desesperaba de no ver la luz.
Pero entonces, cuando mi corazón estaba sumido en el dolor,
una estrella brillante se levantaba en mi interior.
Me conducía, yo la seguía,
en un primer momento dudando, luego con toda seguridad...
Tenía que disimular lo que vivía en el más profundo hondón de mi alma;
ahora lo puedo proclamar en voz alta: "creo, confieso"...
Señor ¿es posible que se pueda renacer a una vida nueva
después de haber pasado ya la mitad de mis años? (cf Jn 3,4)
Tú lo dices, y en mí se ha verificado tu palabra.
El peso de una larga vida de faltas y sufrimientos
ha caído de mis hombros.
Ah! Ningún corazón es capaz de comprender
lo que tú reservas para los que te aman.
Ahora que te he alcanzado, ya no te dejaré (cf Cant 3,4).
Sea cual fuere el camino que tomará mi vida,
tú estás conmigo (cf. Sal. 22)
Nada me podrá ya separar de tu amor (cf. Rm 8,39).
Más todavía, desesperaba de no ver la luz.
Pero entonces, cuando mi corazón estaba sumido en el dolor,
una estrella brillante se levantaba en mi interior.
Me conducía, yo la seguía,
en un primer momento dudando, luego con toda seguridad...
Tenía que disimular lo que vivía en el más profundo hondón de mi alma;
ahora lo puedo proclamar en voz alta: "creo, confieso"...
Señor ¿es posible que se pueda renacer a una vida nueva
después de haber pasado ya la mitad de mis años? (cf Jn 3,4)
Tú lo dices, y en mí se ha verificado tu palabra.
El peso de una larga vida de faltas y sufrimientos
ha caído de mis hombros.
Ah! Ningún corazón es capaz de comprender
lo que tú reservas para los que te aman.
Ahora que te he alcanzado, ya no te dejaré (cf Cant 3,4).
Sea cual fuere el camino que tomará mi vida,
tú estás conmigo (cf. Sal. 22)
Nada me podrá ya separar de tu amor (cf. Rm 8,39).