Que todas mis intenciones, acciones y
operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su Divina
Majestad.
Siempre es importante empezar con
esta invocación que pone san Ignacio para comenzar las meditaciones de
Ejercicios, pero al hablar de este tema hay que hacerlo con más razón.
Administradores ¿de qué? Somos administradores de muchas cosas en esta vida:
cosas materiales como dinero, herencias, casas…; y cosas más intangibles como
el cariño de nuestra gente, nuestra imagen y dignidad, la educación y los
valores que hemos recibido…
La forma de gestionarlos debe ser,
según nos dice san Pablo en su carta a los Filipenses, pensando en que “somos
ciudadanos del cielo”. Si nuestra morada eterna estuviera aquí en la tierra,
quizá podríamos hacer las cosas como el administrador injusto del evangelio,
pero no, no es así, nosotros sabemos que tendremos que dar cuentas de nuestras
gestiones y por eso lo debemos hacer con justicia y caridad.
El “principio y fundamento” de
nuestra vida debe ser “en todo amar y servir” a su Divina Majestad y a los
demás hombres, por eso todas nuestras intenciones, acciones y operaciones con
todo lo que hacemos y lo que hemos recibido deben ser para eso, para amar y
servir a Dios y a los hombres. Si lo hacemos de otra manera, pensando solo en
nuestro beneficio, haremos de la vida un infierno y quién sabe si luego
caeremos en él.
Los “hijos de la luz” que dice Jesús
en el evangelio, pienso yo, que seremos realmente más astutos si hacemos las
cosas bien, aunque aparentemente parezca que de otra manera se tiene más éxito
temporal. Pero es que el éxito de una vida feliz, no tiene precio…, o sí, es el
de actuar con absoluta gratuidad.
Así que digamos una y veinte veces:
Que todas mis intenciones, acciones y
operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su Divina
Majestad.
Que esto nos dará la verdadera
alegría. Y luego, cuando venga la tentación de corrupción, patada en el trasero
al demonio y nosotros a ser felices.