Antes de iniciar
nuestro rato de oración, en este tiempo de Adviento, es imprescindible caer en
la cuenta de que estamos y vivimos en la presencia de Dios. Por ello nos
disponemos a ese diálogo con el Señor, que muchas veces se puede transformar en
un quedarse embobado mirando el rostro de Dios.
Quiero proponerte
hoy un momento de contemplación sobre la venida del Señor. Hay dos venidas en
las que no podemos influir: una ya se ha realizado y ha consistido en la venida
de Jesús en Belén hace ya más de 2.000 años. Dicho momento ha sido el centro de
la historia de la humanidad y el centro de la historia de nuestra salvación.
La segunda será al
final de los tiempos, cuando Dios quiera; Jesús vendrá como juez y el tiempo de
los hombres habrá concluido en su primera etapa para comenzará otra en la
presencia de Dios que ya no tendrá fin.
Después hay otras
venidas del Señor que se dan en nuestra vida y todos podemos contar algunas ya.
Yo me quiero referir hoy a otra venida que se dará en el momento de la muerte.
Todos nosotros estamos en el tiempo de merecer, en el tiempo de hacer muchas
obras. San Ignacio se preguntaba en cierta ocasión: ¿Qué debo pedirle al Señor,
que me lleve ya, a través de la muerte, a su descanso eterno? ¿O bien debo
pedirle seguir en este mundo haciendo el bien y salvando almas? San Ignacio
optó por dejar al Señor que haga lo que quiera y mientras tanto seguir haciendo
el mayor bien al mayor número de personas: Que todas mis acciones y operaciones
sean para la mayor gloria de Dios.
No quiero dejar pasar
este momento sin hacer una especial mención a la carta apostólica que nos ha
mandado el Papa Francisco: “Misericordia et misera”. Nos la ha mandado
con ocasión de la clausura del año de la misericordia. En ella quiere destacar
que no ha terminado la misericordia en el mundo con el final de este año; sino
que debe seguir y con mayor fuerza. Surge una invitación de la que quiero
hacerte partícipe: ser misionero
de la misericordia. Puede ser
una de las mejores definiciones de un militante: ser misionero de la misericordia.
Pídele a la Virgen
que te haga cauce para hacer llegar a todos la misericordia de Dios. Quédate
anonadado viendo la misericordia de Dios pero a la vez hazte tú misericordioso.