Empezamos nuestro rato exclusivo con
el Señor invocando al Espíritu Santo. Recordamos que siempre en nuestro rato
diario de oración estamos acompañados por la presencia maternal de María. A san
José, siguiendo un consejo del padre Morales, le pedimos por nuestra
perseverancia.
Las lecturas de hoy nos hablan de la
grandeza de la obra de Dios, de cómo ayudar a los hombres a reconocer en ella
la labor de un Padre que les ama y de los apóstoles que dedican su vida a
hacerlo.
“¡Qué hermosos los pies de los que
anuncian la Buena Noticia del bien!”. Podemos aprovechar para dar gracias a Dios por aquellas
personas de las que se ha servido para trasmitirnos la fe: empezando por
nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros maestros, hermanos, sacerdotes o
seglares y cómo no dar gracias por nuestro padre Morales y Abelardo.
Esa fe recibida nos habla de la “otra
orilla” y nos da fuerza
para nuestro día a día. Nos da la energía para construir un mundo basado en el
amor y nunca en el odio. Nos da la convicción de que no tenemos enemigos, que
todos los hombres son nuestros hermanos.
“Si tus labios profesan que Jesús
es el Señor, y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te
salvarás”. Alguien que tenga
un corazón asentado en la certeza de que Dios resucitó, se salvará. No
solamente por esa convicción intelectual, sino porque habrá llevado una vida
coherente con la misma. “El hombre piensa más con el corazón que con la cabeza”
nos repetía el padre Morales.
El salmo 18 nos lleva a la oración en
la naturaleza, la casa común. Con la vista imaginativa, representémonos en la
oración, unas imágenes del universo con cientos o miles de estrellas y nosotros
viajando a través de ellas. Mientras paladeamos y repetimos despacio: “El
cielo proclama la gloria de Dios”. La
naturaleza no necesita palabras para predicar la grandeza de Dios.
El evangelio nos narra la elección de
los cuatro primeros apóstoles dedicados a predicar: “Jesús es el Señor”.
Jesús es Dios, siendo el pobre del pesebre, el humilde artesano de Nazaret, es
el que ora y pasa hambre en el desierto, el que se humilla y guarda cola para
ser bautizado por Juan, el que predica las bienaventuranzas, el que no tiene
donde reclinar la cabeza, finalmente el que pasa haciendo el bien y muere
despojado de todo en una cruz. Nuestra fe no es una ideología, es el encuentro
con una persona que nos enseña “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”.
Hoy celebramos a san Andrés, Patrón
del Patriarcado Ecuménico. Él nos
alienta a salir de nuestros límites y comodidades para buscar y escuchar a los
“otros”. “Porque no hay distinción
entre judío y griego; ya que uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos
los que lo invocan”.
Acabar nuestra oración con un
coloquio con el Maestro, recordando que no nos predicamos a nosotros mismos, no
somos divos, predicamos a Cristo y a este en la integridad de su vida,
reflejada en el evangelio.