19 noviembre 2016. Sábado de la XXXIII semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

* Primera lectura y Salmo: ¿Quiénes son los "dos testigos", "los dos olivos", "las dos lámparas", a quienes se refiere el Apocalipsis en el enigmático pasaje de hoy?  En la profecía de Zacarías (Za 4) se hablaba de dos olivos y dos ungidos, y parece que entonces se refería a dos personajes de la época: Josué y Zorobabel.  Aquí, a quién está aludiendo: ¿a Moisés y Elías, como en la escena de la Transfiguración? ¿a Pedro y Pablo, sacrificados en Roma por Nerón pero luego glorificados en el recuerdo y el culto de la comunidad?
Lo importante es que la Bestia les declara la guerra. Las fuerzas del mal -en concreto, el emperador romano Domiciano- declaran guerra total e intentan destruir la comunidad de Cristo. El simbolismo continúa con los números, porque la muerte de los dos testigos, y por tanto el triunfo de los malvados, dura "tres días y medio", esto es, la mitad de siete, lo que equivale a decir un número imperfecto, no definitivo. Al cabo de esos días resurgen y triunfan delante de todos, animados de nuevo por la vida de Dios.
La lucha entre el bien y el mal sigue, aunque no sea con los rasgos de finales del siglo I. A veces parece que prevalece el mal, pero es por poco tiempo. Van pasando los enemigos de Cristo y Él sigue. Se suceden los imperios y las ideologías hostiles, pero la comunidad del Resucitado sigue viva, animada por su Espíritu. La Iglesia lleva más de dos mil años luchando contra el mal externo y el interno, sufriendo, muriendo y resucitando, como su Guía y Esposo Jesús, soportando con frecuencia -también ahora- persecuciones crueles y organizadas.
Nosotros, en nuestra vida personal, experimentamos esa misma historia dinámica, hecha de cruz y de vida, de fracasos y éxitos. A veces nos puede el mal. Pero el triunfador, Jesús, nos tiende su mano para volvernos a llenar de su fuerza vital. Esa mano tendida son su Palabra, sus Sacramentos, su Iglesia, su Gracia, su Espíritu. Para que nunca demos por perdida la guerra, sino que sigamos luchando para vencer al mal en nosotros y en torno nuestro.
La mejor fuerza y las mejores armas las tenemos en la Eucaristía que recibimos, en la que comulgamos con "el que quita el pecado del mundo". Ahí está "el Señor, mi Roca, que adiestra mis manos para el combate, mi bienhechor, mi alcázar, baluarte donde me pongo a salvo".   
* Evangelio: Los saduceos se acercan a Jesús para interrogarlo sobre la resurrección de los muertos. Este grupo colaboraba frecuentemente con los romanos y eran muy conservadores en materia religiosa; negaban la resurrección basándose en la mayoría de los autores del Antiguo Testamento. Los saduceos quieren aquí ridiculizar la resurrección de los muertos. Para ello aluden a la ley del levirato (Dt. 25, 5-10), por la cual el hermano de un difunto se casaba con su viuda para impedir que los bienes de la familia fuesen a parar fuera de ella y, además, dar descendencia a su hermano.
Ante la inquietud de los saduceos Jesús responde afirmando que la resurrección no es una simple continuación de la vida, sino una vida nueva y distinta, una vida de plenitud que difícilmente podemos comprender desde nuestras realidades cotidianas. El poder de Dios, que llama a los hombres de la muerte a la vida, transforma y asume la totalidad de la vida humana.
Para probarle a los saduceos la resurrección, Jesús cita un texto de Ex. 3, 6 “Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”. Dios es un Dios de vivos, que se ha confirmado en la vida a Abraham, Isaac y Jacob.
Nuestra visión de fe está ayudada por la luz que nos viene de Cristo, Quien nos asegura que la muerte no es la última palabra, que Dios nos quiere comunicar su misma vida, para siempre, que estamos destinados a "ser hijos de Dios y a participar en la resurrección".
ORACIÓN FINAL:

Te pedimos, Señor, que tu Iglesia, por la mediación maternal de la Virgen, anuncie a todas las gentes el Evangelio y llene el mundo entero de la efusión de tu Espíritu. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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