* Primera
lectura y Salmo: ¿Quiénes son los "dos testigos", "los dos
olivos", "las dos lámparas", a quienes se refiere el Apocalipsis
en el enigmático pasaje de hoy? En
la profecía de Zacarías (Za 4) se hablaba de dos olivos y dos ungidos, y parece
que entonces se refería a dos personajes de la época: Josué y Zorobabel. Aquí, a quién está aludiendo: ¿a
Moisés y Elías, como en la escena de la Transfiguración? ¿a Pedro y Pablo,
sacrificados en Roma por Nerón pero luego glorificados en el recuerdo y el
culto de la comunidad?
Lo importante es que la Bestia les
declara la guerra. Las fuerzas del mal -en concreto, el emperador romano
Domiciano- declaran guerra total e intentan destruir la comunidad de Cristo. El
simbolismo continúa con los números, porque la muerte de los dos testigos, y por
tanto el triunfo de los malvados, dura "tres días y medio", esto es,
la mitad de siete, lo que equivale a decir un número imperfecto, no definitivo.
Al cabo de esos días resurgen y triunfan delante de todos, animados de nuevo
por la vida de Dios.
La lucha entre el bien y el mal
sigue, aunque no sea con los rasgos de finales del siglo I. A veces parece que
prevalece el mal, pero es por poco tiempo. Van
pasando los enemigos de Cristo y Él sigue. Se suceden los imperios y las
ideologías hostiles, pero la comunidad del Resucitado sigue viva, animada por
su Espíritu. La Iglesia
lleva más de dos mil años luchando contra el mal externo y el interno,
sufriendo, muriendo y resucitando, como su Guía y Esposo Jesús, soportando con
frecuencia -también ahora- persecuciones crueles y organizadas.
Nosotros, en nuestra vida personal,
experimentamos esa misma historia dinámica, hecha de cruz y de vida, de
fracasos y éxitos. A veces nos puede el mal. Pero
el triunfador, Jesús, nos tiende su mano para volvernos a llenar de su fuerza
vital. Esa mano tendida son su Palabra, sus Sacramentos, su Iglesia, su Gracia,
su Espíritu. Para que
nunca demos por perdida la guerra, sino que sigamos luchando para vencer al mal
en nosotros y en torno nuestro.
La mejor fuerza y las mejores armas
las tenemos en la Eucaristía que recibimos, en la que comulgamos con "el
que quita el pecado del mundo". Ahí
está "el Señor, mi Roca, que adiestra mis manos para el combate, mi
bienhechor, mi alcázar, baluarte donde me pongo a
salvo".
* Evangelio: Los saduceos se
acercan a Jesús para interrogarlo sobre la resurrección de los muertos. Este
grupo colaboraba frecuentemente con los romanos y eran muy conservadores en
materia religiosa; negaban la resurrección basándose en la mayoría de los
autores del Antiguo Testamento. Los saduceos quieren aquí ridiculizar la
resurrección de los muertos. Para ello aluden a la ley del levirato (Dt. 25,
5-10), por la cual el hermano de un difunto se casaba con su viuda para impedir
que los bienes de la familia fuesen a parar fuera de ella y, además, dar
descendencia a su hermano.
Ante la inquietud de los saduceos
Jesús responde afirmando que la
resurrección no es una simple continuación de la vida, sino una vida nueva y
distinta, una vida de plenitud que difícilmente podemos comprender desde
nuestras realidades cotidianas. El poder de Dios, que llama a los hombres de la
muerte a la vida, transforma y asume la totalidad de la vida humana.
Para probarle a los saduceos la
resurrección, Jesús cita un texto de Ex. 3, 6 “Yo soy el Dios de Abraham, el
Dios de Isaac y el Dios de Jacob”. Dios es un Dios de vivos, que se ha
confirmado en la vida a Abraham, Isaac y Jacob.
Nuestra visión de fe está ayudada por
la luz que nos viene de Cristo, Quien nos asegura que la muerte no es la última
palabra, que Dios nos
quiere comunicar su misma vida, para siempre, que estamos destinados a
"ser hijos de Dios y a participar en la resurrección".
ORACIÓN FINAL:
Te pedimos, Señor, que tu Iglesia,
por la mediación maternal de la Virgen, anuncie a todas las gentes el Evangelio
y llene el mundo entero de la efusión de tu Espíritu. Por Jesucristo, nuestro
Señor. Amén.