Dos motivos van a marcar la oración de
este día: se concluye el Año Litúrgico y además se cierra el Jubileo de la
Misericordia. Vamos a acompasar nuestro corazón orante a los sentimientos de
toda la Iglesia.
Iniciamos nuestra oración con la que
pone Ignacio de Loyola al inicio de todos los ejercicios:
“Señor, que todas mis intenciones,
acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de tu
divina majestad”.
Necesitamos pasar de las inquietudes, de
las preocupaciones, de las distracciones a la presencia del Señor: Podemos
rezar despacio la oración de Ignacio, hasta que dejemos de tener presente todas
esas cosas que nos estorban y nos pongamos de verdad delante del Señor, hasta
que sintamos que nuestra oración es delante de Él: “Señor, que todas mis
intenciones…”
Una vez puestos en presencia del Señor
podemos entrar a meditar el Evangelio de hoy. Es la escena Jesús en la cruz y
de la concesión del reino al buen ladrón, que la tradición reconoce como Dimas.
La composición de lugar hoy es muy
sencilla. Os propongo tres escenas:
1.- Centrar nuestra mirada en Jesús
crucificado. Ahí está nuestro Rey, nuestro Señor, nuestro Dios. Contemplar cada
detalle: la cruz, su cuerpo herido, su rostro… Fijémonos incluso en la
inscripción: Jesús de Nazaret, Rey de los judíos. Es también nuestro rey y el
rey de toda la creación.
Y delante de este Jesús crucificado leer
las palabras del fragmento de la carta de Pablo que hoy leemos en la Misa:
“Él es imagen del Dios invisible,
primogénito de toda criatura; porque en él fueron creadas todas las cosas (…)
todo fue creado por él y para él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en
él.
Él es también la cabeza del cuerpo: de
la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es
el primero en todo. Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud.
Y por él y para él quiso reconciliar
todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, haciendo la paz por la
sangre de su cruz”.
Pablo escribió estas palabras inspiradas
contemplando a Jesús en la cruz, y solamente así se entienden de verdad.
2.- La conversación con el buen ladrón:
Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando
llegues a tu reino». Jesús le dijo: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en
el paraíso».
Este “fragmento de misericordia”, que a
los que nos sentimos pecadores nos llena de esperanza, es la oración adecuada
para este final del Jubileo de la Misericordia.
En contexto ignaciano, os invito a hacer
un examen de nuestro año, o de nuestra vida. Por si os ayuda para motivar este
momento esta es una oración preparada para la ocasión, que podemos recitar
mirando de nuevo a Jesús en la cruz: “Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y
a Mateo de la esclavitud del dinero; a la adúltera y a la Magdalena del buscar
la felicidad solamente en una creatura; hizo llorar a Pedro luego de la
traición, y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido”. Señor, ten misericordia
de este pecador.
En esta escena sobran las palabras. Solo
nos queda mirar a Jesús.
3.- El coloquio con María, junto a la
cruz de Jesús:
Madre, que vea. Que no deje de mirar a
Jesús y sobre todo que me deje mirar. Haz que su mirada de perdón y misericordia
traspase mi pecado y me haga perdón y misericordia para los demás. Amén.