Comencemos hoy la oración poniéndonos
en presencia de Dios Padre, rico en misericordia que quiere que todos sus hijos
se salven y vivan en plenitud la gracia de ser sus hijos. Junto a nuestro
hermano Mayor Jesucristo, salvador de la humanidad oremos con fe renovada
por todos los fieles difuntos, por esos hermanos nuestros que nos han precedido
en esta vida y esperan el abrazo de duración eterna. Podemos repetir varias
veces la antífona de comunión de la primera misa de difuntos:
“Yo soy la resurrección y la vida
–dice el señor- el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está
vivo y cree en mí, no morirá para siempre”.
Medita unos momentos en la fugacidad
de la vida. Mira con la imaginación el otoño que nos rodea. Como las hojas se
van poniendo amarillentas y caen. Regresan a la tierra o son pasto de las
llamas. Así es también la vida de cada persona sobre la tierra. El miércoles
santo, cuando se nos impone la ceniza el sacerdote nos dice: “recuerda que eres
polvo y en polvo te convertirás”. Esta frase que nos recuerda nuestra
naturaleza material no significa que no seamos más que polvo, es decir materia,
conjunto organizado de átomos, y nada más. Pone el acento en nuestra condición de
criaturas, de seres creados, pero con la maravillosa dignidad de ser hijos de
Dios, creados a su imagen y semana. San Pablo se lo dice a cristianos de Roma: y si hijos, también herederos;
herederos de Dios y coherederos con Cristo. Tenemos
una dignidad única y un destino eterno.
La vida no termina, se transforma.
¿Qué sentido tiene mi vida? ¿Para qué
vivo? ¿Creo como tantos que me rodean que con la muerte todo termina? Meditemos
en lo que nos dicen los testigos de la resurrección de Cristo. No tengan miedo. Yo sé que están
buscando a Jesús, el que fue crucificado. En
Mateo 28, 5: No está aquí,
sino que ha resucitado, como dijo. Vengan a ver el lugar donde lo pusieron. Vayan pronto y digan a los discípulos:
“Ha resucitado, y va a Galilea para reunirlos de nuevo; allí lo verán.”
La muerte no tiene la última palabra
porque Cristo ha vencido a la muerte. “La vida de los que en ti creemos, Señor,
no termina, se transforma. Al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos
una mansión eterna en el cielo. En Cristo, Señor Nuestro, brilla para nosotros
esperanza de feliz resurrección.
Hace poco la Iglesia ha sacado unas
orientaciones acerca del trato digno que debemos dar los católicos a los restos
mortales. En este año de la misericordia hemos actualizado el recuerdo de las
obras de misericordia y al final del año, en particular la de “dar sepultura
a los difuntos”. Hoy es un día de oración por los difuntos, que es otra
obra de misericordia, “rezar por vivos y difuntos”. En este sentido los cementerios ayudan
a mantener el recuerdo de nuestros seres queridos y un lugar santo de especial
oración por ellos.
Así pues, podemos terminar con la
siguiente oración por todos los difuntos:
Oh buen Jesús, que durante toda tu
vida te compadeciste de los dolores ajenos, mira con misericordia las almas de
nuestros seres queridos que como tú han pasado por la muerte. Oh Jesús, que
amaste a los tuyos con gran predilección, escucha la súplica que te hacemos, y
por tu misericordia concede a aquellos que Tú te has llevado de nuestro
hogar gozar contigo en tu
reino. Amén.
Concédeles, Señor, el descanso eterno
y brille para ellos tu luz perpetua. Que las almas de los fieles difuntos por
la misericordia de Dios descansen en paz. Amén.