A dos días de la
clausura del Año de la Misericordia todavía resuenan hoy, al ponernos en la
presencia de Dios, los ecos de tantas gracias recibidas. Que de nuestro corazón
agradecido sigan saliendo acciones de gracias, reconociendo tanto bien
derramado.
La liturgia de hoy,
martes de la última semana del tiempo ordinario, nos presenta la última venida
del Señor: “ha llegado la hora de la siega”, dice la primera lectura, del libro
del Apocalipsis. “Llega el Señor a regir la tierra”, nos hace recitar el Salmo.
Que el Espíritu Santo haga surgir en nosotros un deseo de encuentro con este
Señor que viene, lleno de misericordia, a recoger nuestras vidas y llevarlas a
la visión del Dios Todopoderosos. No tengamos miedo a pensar en el final de
nuestras vidas, en el más allá, en la vida con mayúsculas que nos espera.
El Evangelio viene
de perlas para situarnos en el punto justo de cara a esa venida del Señor, que
es inminente para cada uno de nosotros, que nos llegará cuando Él, en su
misericordia, lo determine:
“Mirad que nadie os
engañe”, nos dice Jesús. Es decir, seamos también realistas y vivamos la vida
con intensidad, vivamos la fidelidad en el día a día.
Habrá momentos de
purificación, ya lo sabemos. Acontecimientos que pondrán nuestra vida patas
arriba, pero con eso debemos contar. Porque por encima de todo está la
confianza en un Dios misericordioso que no nos deja de su mano, que nos
acompaña y a la vez nos espera al final del camino.
Por eso, hoy podemos
seguir diciendo, como hacemos cada día en el Padrenuestro: “venga a nosotros tu
Reino”, Señor.