La visión apocalíptica de san Juan,
que se refleja en la antífona del salmo, nos hace vibrar con la eternidad, con
la gran esperanza de alcanzar el gozo, la plenitud, la salvación. El al fin sin finde san Agustín.
Se dice que una
de las características de la cultura de este momento es el presentismo, el
deseo de lo inmediato, el imperio de lo efímero, el consumo del instante.
No se comprenden
las opciones definitivas, se tiene miedo a los compromisos permanentes, la
provisionalidad y la temporalidad se han hecho categoría, hasta para el
contrato laboral y ante las opciones que más marcan a la persona.
Hay reserva ante
lo que se puede presentar como definitivo, se levantan fantasmas interiores
cuando se plantean decisiones de estabilidad, bien para formar una familia,
bien para elegir la vida consagrada. Asusta el “para siempre”.
Algunos santos
se han estremecido ante la promesa de gozar para siempre de Dios. Santa Teresa
del Niño Jesús, en Historia de un Alma, menciona constantemente la duración
eterna de la gloria. “… pronto Dios me daba a entender que la verdadera gloria
es la que ha de durar para siempre”. “¡Qué
dulce fue el primer beso de Jesús a mi alma...! Fue un beso de amor. Me sentía
amada, y decía a mi vez: «Te amo y me entrego a ti para siempre”.
Santa Teresa de Jesús anhela el “para
siempre”. “¿Qué le queda que desear a un alma que llega aquí, si no es que no
le falte aquel bien para siempre?” A su vez, la estancia en este mundo pierde
dureza, pues es pasajera. “Considerado que no es la casa que nos ha de durar
para siempre, sino tan breve tiempo como es el de la vida por larga que sea, se
nos hará todo suave”.
La fe nos
permite vivir el hoy como profecía esperanzada, contemplar la bondad y la
belleza como anticipo, hacer el bien como quien sabe que es lo único que nos
llevaremos. El amor no acaba nunca.