16 febrero 2017. Jueves de la VI semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Esta es la señal de la alianza que hago con vosotros (Gen 9, 12)
Para los antiguos hebreos, una alianza era algo muy distinto de un contrato. Los contratos implicaban simplemente el intercambio de propiedad, mientras que las alianzas implicaban el intercambio de personas, a fin de formar lazos sagrados de familia. El parentesco, por tanto, se establecía mediante una alianza. De hecho, el parentesco por alianza era más fuerte que el parentesco biológico. El significado más profundo de las alianzas divinas en el Antiguo Testamento es el deseo paternal de Dios de hacer de Israel su propia familia.
De forma gradual, se fueron sucediendo alianzas de Yahvé con Adán, con Noé, con Abraham, con Moisés. Pero Cristo, finalmente, instituyó la Nueva Alianza que fue mucho más que un simple contrato o acto legal por el cual Él tomó nuestros pecados y nos dio su inocencia. Por el contrario, la Nueva Alianza estableció una nueva familia que abarcaba toda la Humanidad, con la que Cristo compartió su propia filiación divina, haciéndonos hijos de Dios.
El único momento en que Cristo utilizó la palabra “Alianza” fue cuando instituyó la Eucaristía. Pues bien, si toda Alianza tiene un acto por el cual se lleva a cabo y se renueva, la Misa representa el modo en que Dios engendra su familia de la Alianza, y renueva periódicamente esa Alianza. En efecto, la Comunión significa la renovación de nuestra Alianza con Dios.
¿Recordamos? “En verdad es justo y necesario darte gracias, Señor, Padre santo, porque no dejas de llamarnos a una vida plenamente feliz. Tú, Dios de bondad y de misericordia, ofreces siempre tu perdón e invitas a los pecadores a recurrir confiadamente a tu clemencia. Muchas veces los hombres hemos quebrantado tu alianza; pero tú, en vez de abandonarnos, has sellado de nuevo con la familia humana, por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor, un pacto tan sólido, que ya nada lo podrá romper”.
Y llega el momento sublime de la consagración, en el que –asombrados- escuchamos: “Sangre de la alianza nueva y eterna”. Nueva, porque cada día Él la renueva invitándonos a sumarnos a ella aún con nuestras miserias e infidelidades. Y eterna porque se mantendrá en Su fidelidad aquí en la temporalidad de la Tierra, y allá en la atemporalidad del Cielo.

Ante esta renovación de Su Alianza que es la Eucaristía, ¿cómo no prolongar nuestra acción de gracias tras la Misa?

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