7 febrero 2017. Martes de la quinta semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Los puntos de este día los quisiera titular bajo la mirada del amor.
En la primera lectura se repite continuamente: “Y vio Dios que era bueno”.
El ser humano atribuye ojos a Dios. Su experiencia le lleva a sentirse visto y tiene razón, porque básicamente Dios mira. Lo repite continuamente Dios conforme va creando:” Y vio Dios que todo estaba bien”. Esta mirada posee tanta agudeza, tanto conocimiento, tanto poder, tanta energía, que penetra la creación  y se maravilla, desde aquel momento, de la perfección de lo que llegará a ser. Contrariamente a nosotros que nos detenemos, en un detalle, un error o un momento. Dios ve lo invisible. Dios hunde su mirada en el interior, y lo que ve, lo encuentra bueno, completo, útil, justo, bello e indispensable. Ser visto por Dios es ser conocido hasta lo más íntimo de uno mismo, y se siente orgulloso de serlo. Sabe que no ha sido creado inútilmente.
Dios, nuestro Padre, hace surgir los seres y se toma su tiempo para estimar, sopesar, contemplar todo a lo que su palabra ha dado vida para dar su apreciación. Cuando evalúa su obra, sólo puede encontrarla bella y buena, porque la ha hecho con sabiduría y amor. Dios no crea sino cosas bellas y animadas. Todo está finalizado y por llegar a ser. Nada ha sido creado inútil, feo, absurdo o  malo. Y, por ser Sabiduría, Dios crea de una vez para siempre, con miras al crecimiento. No vuelve a crear porque haya cometido un error, sino para ajustar o perfeccionar lo que ya existe. Cada mañana brotamos totalmente nuevos de la mano de nuestro Creador, porque nos mira y nos dice que nos ama.
Meditemos como es su mirada. Él nos estará mirando a muchos desde el sagrario. Sentirnos mirados. La mirada de Dios no es como la mirada de los hombres: inquisidora, despreciativa, reprobadora, no espía o trata de pillar, es discreta, respetuosa, liberadora, delicada, no juzga, te recrea y hace vivir. Nos infunde confianza. Siempre se complace en acercarse a los hombres. Dios no mandó a su Hijo único para condenar al mundo, sino para salvarlo. Es la mirada del padre del hijo pródigo que sale a diario en busca nuestra,  mira a lo lejos,  posee una mirada tierna, acogedora. Una mirada que no se cansa de salir para animarnos. Dios mira con bondad y amor.
Que se nos quede grabada la siguiente frase. Él nos dice: Si pudieras verte con mis propios ojos, ¡Cuánta belleza verías! O repetirnos con el salmo 138: tú, Señor, me sondeas y me conoces. Si viviéramos desde estas palabras cambiaría nuestra vida, si creyéramos en su amor para con nosotros, que es lo que tantas veces hemos oído. A veces tendemos a infravalorarnos, nos vemos muy defectuosos al examinarnos en los balances. Seguro que nos ven mucho mejor de lo que nos vemos nosotros. Mirarnos a nosotros mismos con la mirada de Dios misericordioso.
Tendríamos que conseguir descubrir lo bello que Dios ve en nosotros y en los demás. No calificar de feo lo que  Él considera bello. Tampoco condenar lo que Él no condena, ni siquiera juzga. Dios no deja de revelarnos lo que somos a sus ojos. En su mirada podemos percibir nuestro verdadero valor. Dios tiene fe en nosotros. Al aceptar dejarnos mirar nuestra conciencia despierta y nos muestra lo que podemos cambiar con el fin de vivir con su estilo. Cuando sientes su presencia continua, vives de manera distinta, aunque sigas con tus limitaciones, desganas, apatías o miseria. La vida cambia, nosotros cambiamos. Y si a pesar de todo nos sentimos culpables y miserables, nos dice San Juan que si alguna vez nuestra conciencia nos acusa, Dios está por encima de nuestra conciencia y lo sabe todo. Podemos levantar la cabeza con confianza.

Al permitirle mirarnos, valiente, larga y humildemente, aprendemos a mirar con sus ojos. Lo que veremos será visto a través del prisma de la dulzura y de la compasión. Y según su mirada vaya tomando forma en nosotros nos haremos más afables, misericordiosos, pacíficos, humildes…Iremos conformándonos más con las bienaventuranzas y seremos más felices.

Archivo del blog