¡Domingo! ¡Día del Señor! ¡Feliz Domingo! ¿No exulta tu corazón
de gozo hoy? ¿No se llena de luz tu vida porque hoy recordamos el enorme Amor de Dios
con nosotros? ¡Llénate de esperanza! ¡Exulta de gozo! ¡Salta de alegría!
¡Grita de júbilo! Incluso, si estás pasando duras circunstancias, dale gracias a Dios porque él sufre contigo hoy, en su
sacrificio en la Eucaristía Él alivia tu dolor haciéndolo suyo. Y, si estás en
un momento de especial paz y confianza, da gracias, que no sabes la suerte que
tienes.
Hoy en las lecturas se nos propone un modelo de santidad: el justo; y una
forma de llevarlo a cabo: la caridad con
los más desfavorecidos. Plantéate, hoy Domingo, ¿qué puedo hacer yo por ayudar
a alguna persona que lo esté pasando mal en el cuerpo o en el alma? “Parte tu pan con el hambriento,
hospeda a los pobres sin techo, cubre a quien ves desnudo y no te desentiendas de los tuyos.
[…] Cuando ofrezcas al
hambriento de lo tuyo y sacies al alma afligida, brillará tu luz en las
tinieblas, tu oscuridad como el mediodía”.
Y una
llamada, este Evangelio es un grito a nuestro corazón, a lo más hondo de
nuestro ser, nos dice, clara y contundentemente: “Vosotros sois la luz del
mundo, vosotros sois la sal de la tierra.” Escucha cómo el Señor te llama hoy
para su misión con esa voz
que traspasa corazones. Tú, hermano, eres luz para este mundo, Dios te ha
soñado así, para que ilumines a otros, porque “si tú no ardes de Amor, muchos
morirán de frío”. Tú, hermano, eres sal para esta tierra, eres el que le tiene
que dar sabor a la vida de los que Dios ha puesto a tu lado, de ti depende que
sean unos sosos o que, con la ilusión renovada de la santidad en sus ojos,
vivan una vida plena. Dios te
quiere así, sal y luz, vida y esperanza. Dios
no quiere cristianos sosos, no quiere cristianos apagados, necesita cristianos
alegres, audaces, entregando con radicalidad la vida por el Reino, necesita
cristianos felices, excelentes en todo lo que hacen, exigentes consigo mismos,
reflexivos, constantes, responsables, astutos. Necesita santos, ni más, ni menos. No se conforma con una vida mediocre,
te quiere al pie del cañón, allá donde Él te sueña, con la gente con la que
vives. Santos. Dios Nuestro Señor te necesita, a ti. ¿Cuál es tu respuesta hoy?
Por último proclama el Evangelio,
duro como una sentencia y firme como la roca pero esperanzador y sencillo, como el mandato final de un Padre a
sus hijos: “Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean
vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos.”
Como el envío final de la Misa,
“podéis ir en paz”, que no es un “hala, a correr, que ya se ha ‘terminao’ la
Misa” sino un eco de aquel “Id y proclamad el Evangelio a todos los pueblos”. Escucha hoy en la Eucaristía ese
mandato final con especial
devoción, responde el ‘demos gracias a Dios’ de corazón, pues es Dios mismo quien te envía a
sus hijos hoy.