Para empezar la oración nos ponemos
en la presencia de Dios que sabemos nos ama y nos espera, si no podemos estar
en una capilla y estamos en la habitación o en la sala, basta que, en un acto
de fe, le invoquemos y le sintamos en el corazón, donde también está presente.
A propósito de la primera lectura
quisiera centrar la meditación de hoy en un valor que, por tenerlo al alcance
casi siempre, lo valoramos poco. Os propongo ponerle
cara a la oración, recordando a todas aquellas personas que de una manera u
otra nos han salido al encuentro, sin quererlo ellas ni nosotros, simplemente,
por un capricho de la providencia, hemos compartido vida.
La amistad es sin duda unos de los medios más eficaces por los que Dios se vale para
manifestar su amor, su cercanía, y de esto me parece
que todos podemos dar fe. Se me viene a la mente los vínculos singulares de
amistad que establecían lo santos. Ignacio de Loyola empezó, por la amistad,
una de las fundaciones más importantes de la Iglesia. Universitario en La
Sorbona de Paris, se hizo amigo primero de Javier y Pedro, compañeros de
habitación, luego, se sumarían al grupo de amigos, Laínez, Salmerón, Bobadilla
y Rodríguez. Una amistad que desencadenaría un bien sin precedentes, algo que
ni ellos mismos esperaban. Francisco de Asís, quizá el santo más popular de la
historia, entre creyentes y no creyentes, empezó su obra con doce amigos, con
los que compartió la aventura de irse andando a Roma para pedir al Papa la aprobación
de la primera regla de la nueva orden. Luego se convirtieron en compañeros de
camino e íntimos suyos Rufino, Ángelo y el entrañable hermano León, confesor y
confidente. Fueron amigos en el dolor, ante la incertidumbre de lo que pasaría
con la orden de los hermanos menores, que poco a poco había perdido el carisma
fundacional. Y se podrían citar muchos casos más, donde la amistad ha sido la
pista de despegue para muchos santos. Aproximándonos más a nuestra época
actual, Abelardo, cuyo cumpleaños celebrábamos hace una semana, salió con
algunos amigos del Hogar del Empleado para formar parte de lo que ahora es la
Cruzada de Santa María.
Cuando se comparte un ideal, cuando
nos mueve un mismo sentir, la amistad se convierte en el mejor medio de
evangelización, aunque seamos
distintos en opiniones o caracteres, la amistad canaliza todo hacia un mismo
fin. Ahora bien, ¿Y nosotros?... quién de nosotros no ha compartido
“aventurillas” con los amigos. Quien no ha reído o llorado con ellos, o quien
no se ha visto descubierto en el estado de ánimo por solo una mirada del amigo.
Cuantas situaciones y vivencias se nos pueden venir a la memoria. Es momento de ponerle cara a la
oración, la cara de tus amigos. Que terminemos la oración convencidos de lo
que nos dice el libro del Eclesiástico: “Un
amigo fiel es un refugio seguro, y quien lo encuentra ha encontrado un tesoro.
Un amigo fiel no tiene precio y su valor es incalculable”. Sólo al contacto con Él podremos
responder dignamente a la gracia desbordante que nos llega a través de nuestros
amigos ya que “El que teme al
Señor afianza su amistad, porque, según sea él, así será su amigo”.