* Primera
lectura: El capítulo 19 del Levítico podría titularse «Itinerario
para reconocer a Dios en el prójimo». Dios
proyecta la luz de su revelación, potentísima, sobre los hombres que integran
la comunidad de Israel y, como en el milagro de la curación del ciego, hace que
vean más allá de la opacidad de las circunstancias naturales. Dios está presente en todos los
hombres y en cada uno de ellos. Por
eso, la santidad personal tiene una exigencia: «Sed santos, porque yo, Yahvé,
vuestro Dios, soy santo» (v 2). Y tiene también un objetivo muy concreto:
«Cumplid todas mis leyes y mandatos, poniéndolos por obra» (v 37). Si Dios es
santo, santo ha de ser también el pueblo que ha elegido. La fórmula «Yo, el
Señor vuestro Dios, soy santo», se repite constantemente en el contexto de los
capítulos 17 al 26 del Levítico. Estos capítulos constituyen una colección a la
que se ha dado el nombre, por lo dicho, de "Ley de santidad".
Todavía estamos muy lejos de la ley
del amor universal tal como será proclamada en el Sermón de la Montaña (Mt
5,43ss); aquí la caridad se limita a «los hijos de tu pueblo» (18) y, como
apertura máxima, al «extranjero» que «habita en medio de vosotros, en vuestra
tierra» (33-34); pero es un paso muy claro y decidido de la pedagogía de la revelación hacia
la plenitud de amor preceptuada por Jesucristo (cf. Jn 13,34s).
* Salmo: El salmo 102 es el gran salmo
de la ternura de Dios. La ternura es, ante todo, un movimiento de todo
el ser, un movimiento que oscila entre la compasión y la entrega, un movimiento
cuajado de calor y proximidad, y con una carga especial de benevolencia. Para
expresar este conjunto de matices disponemos en nuestro idioma de otra palabra: cariño.
En este contexto general en este
salmo se han condensado todas las vibraciones de la ternura humana,
transferidas esta vez a los espacios divinos. Desde el versículo primero entra
el salmista en el escenario, conmovido
por la benevolencia divina y levantando en alto la respuesta de la gratitud; salta desde el fondo de sí
mismo, dirigiendo a sí mismo la palabra, expresándose en singular que,
gramaticalmente, denota un grado intenso de intimidad, utilizando la expresión
«alma mía» y concluyendo enseguida “con todo mi ser”:
Bendice, alma mía, al Señor (v. 22).
* Segunda
lectura: "¿No sabéis
que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?". Pablo contempla su ministerio evangelizador como una obra
de construcción de la que la comunidad de Corinto es el resultado. También en
otros pasajes aplicará la imagen del templo al cuerpo de los bautizados.
"Porque la sabiduría de este
mundo es necedad ante Dios": Los corintios han cometido el error de valorar a sus
evangelizadores a partir de los criterios de este mundo y no a partir del criterio de la sabiduría de la
cruz.
"Todo es vuestro...": toda la obra de difusión del Evangelio y toda la realidad
creada están al servicio de la salvación de los hombres. Cristo es el artífice
de esta salvación y el único Señor, de acuerdo con los planes de Dios. La
comunidad cristiana participa de ese dominio de su Señor en la fe y la
esperanza.
*Evangelio: "Vosotros, pues, sed
perfectos...". Y la
perfección se concreta en el perdón, que es el don por excelencia. Perdonar es recrear, liberar,
creer en el otro, abrirle la posibilidad de una nueva vida. Lo que se nos pide es que
actuemos como Dios. El futuro es de él: no le cerremos la puerta con nuestra
dureza. Además, la historia de Dios con los hombres lo atestigua: cuando el
amor es totalmente desarmado, se convierte en lo que verdaderamente desarma.
Ahí está una ley nueva. La
ley del Reino. Supone una
mirada distinta al mundo que sólo se comprende desde la fe. Pero, a este nivel,
es la ley más eficaz que jamás se haya imaginado. La ley del Dios
vivo.
ORACIÓN FINAL: Te
pedimos, Señor, que tu Iglesia, por la mediación maternal de la Virgen, anuncie
a todas las gentes el Evangelio y llene el mundo entero de la efusión de tu
Espíritu. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.