Sereno mi alma, recupero mi cuerpo,
lo hago presente para entrar en Su Presencia. Tomo conciencia de mi
respiración, no permanezco ajeno a mí mismo.
Hoy, como cada día, el Señor
“ardientemente esperaba el encuentro personal conmigo”. ¿Y yo? ¿Anhelo un
encuentro personal Contigo, Señor, o vengo cargado de agobios y preocupaciones?
Purifico mi oración antes de comenzar, le pido a Dios que haga Él lo que deseo
pero soy incapaz de conseguir por mí mismo: “Señor, que todas mis
intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y
alabanza de vuestra divina majestad”.
Hoy es domingo, día del Señor.
Estamos en el momento de intimidad, de diálogo personal con el Señor en medio
de su día. Intentemos estar disponibles para este encuentro.
La lectura del Evangelio habla de la
imposibilidad de servir a dos dioses: a Dios y al dinero. ¡Pobre de aquel que
está en las filas de los sirvientes del dinero! Un señor muy celoso y que paga
siempre mal, nunca satisface.
Pero el Evangelio también habla del agobio. Podemos releer el Evangelio
despacio e ir contrastándome con él. ¿Cuáles son, Señor, las fuentes de agobio
en mi vida, que me llevan a buscar la seguridad fácil del dinero, el poder, la
influencia, la apariencia…? Cuando entro en esa dinámica, es cierto, no hay
sitio para Ti. Por tanto, dejar de servir al dinero pasa por descubrir qué
ámbitos (incluso los aparentemente buenos) me llevan a vivir desde el afán de
seguridades humanas, en vez desde la confianza audaz en Ti.
Hablar de todo esto con el Señor
largamente, de corazón a Corazón.
¿Qué respuesta nos da la Palabra De
Dios? Meditemos el resto de las lecturas, lentamente, dejando que calen en
nuestras entrañas, pidiendo la gracia de experimentar y edificar nuestra vida
sobre Su fidelidad.
Y preguntarle: “¿Señor, qué mandas hacer de mí?”