8 febrero 2017. Miércoles de la V semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Una maravillosa coincidencia ilumina en las lecturas de hoy: la Palabra de Dios nos anima a recordar nuestra dignidad de hombres, que no es otra cosa que recordar quiénes somos y cuál es nuestro origen. La primera lectura nos habla de la creación del hombre. Ayer se nos presentó el relato de la creación del hombre inserto en el relato de la creación en siete días. Hoy el Génesis se detiene y vuelve sobre este acontecimiento para recordarnos que somos imagen Suya. Muchas veces, al leer o recordar este pasaje, nos centramos en que el Señor nos creó del polvo o del barro de la tierra y se nos olvida la otra parte: que a ese polvo, a ese barro Él le insufló su aliento de vida ¡y así ese polvo se convirtió en hombre! Somos polvo, se nos dirá al comienzo de la Cuaresma. Y es cierto. Pero también somos aliento de Dios sobre la creación material. Somos la prueba de que Dios no toma distancia respecto de sus criaturas, sino que, una vez hecho todo, en vez de hacerse Señor y Dominador, se une a aquello que ha creado para hacerlo igual a Él. Y el señorío lo cede, lo encomienda a ese fruto de la unión entre Dios y lo creado: el hombre. Nosotros, que somos creación pero que también “estamos hechos” de Dios, podemos gobernar lo creado “mediando” entre Creador y criaturas, llevando a las criaturas el aliento de Dios que hemos recibido y acompasando la fuerza de este aliento al ritmo de las criaturas, a las cuales compadecemos por serlo nosotros también.

¡También el Evangelio nos recuerda esta maravillosa dignidad nuestra! ¡También nos recuerda las maravillas que el Señor operó el día de nuestra creación! En tanta estima tenía lo que hacía, tanta dignidad concedió a la obra de sus manos, que quiso que nada que viniera de fuera pudiera mancharlo, pudiera rebajarlo. Lo mismo que a Dios nada le resta plenitud, nada le hace cambiar su designio de amor, tampoco a nosotros ninguna criatura nos puede apartar de Él. ¡Qué gran responsabilidad que incluso después del pecado original este maravilloso don se mantiene! Tenemos un tesoro, pero no en las cosas exteriores: nuestro dinero, nuestra casa, nuestras habilidades, nuestras aficiones, nuestros trabajos, nuestros amigos y familias, etc. ¡Nosotros somos el tesoro! Y por eso el resto de cosas se convierten en tesoro. Pero si no aprovechamos esa riqueza que tenemos dentro, si no hacemos uso de nuestro tesoro, todo lo que nos rodea se volverá gris. “Nada hay fuera del hombre que, al entrar en él, pueda hacerlo impuro; las cosas que salen del hombre, esas son las que hacen impuro al hombre” (Mc 7, 15-16). Pidamos pues, al comienzo de nuestra oración, gracia para apreciar el maravilloso don de Dios que somos y para ser capaces de entregarlo y enriquecer las vidas de los que nos rodean.

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