Se cumplen hoy cuarenta días del
nacimiento de Jesús. La Iglesia nos lo recuerda con esta fiesta del Señor
–incluso cuando cae en domingo tiene preferencia frente a la liturgia del
domingo- fiesta entrañable y tradicional; es la presentación del niño Jesús en
el Templo y la Purificación de la Santísima Virgen. José y María como buenos
israelitas, cumplen con el precepto de la ley de Moisés: Todo primogénito deberá ser
presentado a Dios en el Templo a los cuarenta días de su nacimiento, pues es
propiedad del Yahvé.
Al comenzar la oración, nos dirigimos
al Señor y le presentamos nuestros sinceros deseos de agradarle en todo. “Tomad, Señor, y recibid toda mi
libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y
poseer; Vos me lo disteis, a
Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. Dadme
vuestro amor y gracia que ésta me basta”. Si
quieres con palabras más modernas, siente en esta oración, en este día de
fiesta, grandes deseos de imitar a María, de creer como ella en Jesús; y pide a Dios que
todas tus intenciones sean siempre estar unido a Jesús y a
María en una misma voluntad.
En la segunda lectura, de la carta a
los Hebreos, se nos dice que Jesús para
ser sumo sacerdote compasivo y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar así
los pecados del pueblo tenía
que parecerse en todo a sus hermanos los hombres, ser de su misma carne y
sangre. ¡Qué consoladoras
son estas palabras! ¡Dan tanta confianza! Dios se ha hecho hombre, más aún
hermano nuestro; Jesús nos introduce en su familia y desde esta familiaridad
nos salva, nos eleva, nos conforta.
Jesús se nos presenta como la Luz del
mundo y María como la Virgen de la Luz. El Hijo compartió nuestra misma carne y
sangre para poder ser completamente como los hombres. Se muestra a la Iglesia
elevado en brazos de su madre como primogénito de la sagrada familia, como uno
de nosotros y desde esta sencillez se nos ofrece como Salvador. Porque mis ojos han visto a tu
Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a
las naciones y gloria de tu pueblo Israel.
María levanta al niño en sus brazos: Lo eleva al cielo entre sus manos de madre, lo ofrece a
Dios y nos lo ofrece a cada uno de nosotros. Es el primer ofertorio del
cristianismo. Durante nueve meses María ha llevado a Jesús oculto en su seno
virginal, ahora lo presenta en el Templo a la vista de todos. Qué grande es la
generosidad de María cuando nos da a Jesús, nos da lo que más quiere, lo único
que ardientemente ama. El tesoro que Dios ha puesto en su vida y por el que
todo lo ha arriesgado nos lo entrega y nos dice: te entrego a mi hijo, cuida de
Él que Él cuidará de ti. Y a la vez que nos da a Jesús, se ofrece con Él. Madre e hijo
no pueden separarse nunca. Es por ello que María es el modelo perfecto de todo
creyente.
Y a ti una espada te traspasará el
alma: el anciano Simeón –inspirado en el
Espíritu Santo- es un tanto duro: Jesús será como una bandera discutida, por su
causa muchos caerán y se levantarán; y María sentirá un dolor inmenso, como si
atravesaran su corazón con siete espadas. En el horizonte de la vida de Jesús,
desde el pesebre hasta el Calvario estará presente la cruz. San Ignacio en los
Ejercicios Espirituales escribe: … y
a cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed, de calor y de frío, de injurias y
afrentas, para morir en cruz; y todo esto por mí. El P. Morales le gustaba recordar en
los puntos de oración: no hay
redención sin cruz, sin derramamiento de sangre.
Hoy es un día para participar de la
Eucaristía, aunque no sea de precepto. El ofertorio de la misa te invito a
vivirlo con especial atención e intensidad de amor. Es un momento especial para
ofrecerse a Dios, para ponerse en sus manos. Hoy también se celebra el día de
los consagrados y consagradas: es
costumbre que en este día las personas con especial consagración a Dios
mediante el signo de los consejos evangélicos, laicos, religiosos o sacerdotes,
renueven sus votos o compromisos de fidelidad a Cristo pobre, casto y
obediente. Unámonos a todos ellos en esta acción de gracias y pidamos al Señor
de la mies que envíe más operarios a su viña y que les retribuya abundantemente
para el bien de todos.
Y terminemos con un coloquio con la
Virgen, deja que hable el corazón: Madre, gracias por tus desvelos, por tu
intercesión ante tu Hijo, porque no me dejas ni un sólo instante, gracias por
tu ejemplo de mujer creyente. Dame la gracia de ser como tú, de ofrecerme de
veras a Dios y a mis hermanos. Recuérdame mis compromisos y ayúdame a
cumplirlos con amor, no a regañadientes. En este día ayúdame a ser puro,
sencillo y humilde como tú.