¡Qué misteriosos son los caminos de
Dios! La mayoría habremos leído muchas veces los pasajes que nos presenta hoy
la liturgia como lecturas de la misa, con lo que corremos el peligro de pasar
por alto las pruebas de que vivieron sus protagonistas y lo difícil que es para
ellos atisbar la historia de salvación que el Señor estaba construyendo.
Nosotros la conocemos porque el Espíritu Santo ha iluminado la Iglesia para
descubrir su acción en medio del transcurrir de lo humano. Aprovechemos la
oración del día de hoy para meternos en la piel de uno de esos cristianos
anónimos, quizá recién convertidos, huyendo de Jerusalén, dejando atrás a los
Apóstoles, fundamento de su fe, su conexión con el maestro Jesús. Qué sensación
de fracaso. Qué difícil la esperanza y la confianza en el futuro en una
situación como esa. Si de Jerusalén, la ciudad de David, tenían que huir de esa
manera, ¿qué sería en las ciudades a las que fueran a parar?
¿En dónde encontrarían fuerza estos
cristianos para seguir adelante en el camino de la fe? Quizá en la inocencia de
los primeros momentos de un movimiento, quizá en el fuego de los recién
convertidos, quizá en una mirada limpia sobre la realidad que no increpa a Dios
sobre el porqué de las cosas, sino que intenta descubrir su voluntad, quizá en
el abandono del futuro en las manos de Dios y en centrarse en cada momento en
vivir lo que Dios les ponía entre manos. Puede haber muchas fuentes de
esperanza. Descubramos cada uno, caminando al lado de un grupo de estos
primeros cristianos, cuál es la fuente que nos brinda el Señor, fuente de la
que beber en las circunstancias que estemos cada uno de nosotros para alcanzar
la alegría de la Pascua.