La oración de cada día y en cada
momento del día tiene una finalidad, conocer al Señor. Porque si lo
conozco, no hay otra posibilidad que seguirle. Estos días de Pascua están
llenos de encuentros y de búsquedas según aparece en los textos del Evangelio que
nos proponen la liturgia de estos días.
Los apóstoles están tan
desorientados, acobardados, con miedo y llenos de temor, que es el Señor el que
toma siempre la iniciativa. Ellos han perdido la esperanza. Han quedado
paralizados. No esperan ni creen en Jesús resucitado.
Entonces el Señor se hace presente.
Una presencia especial. Comunica la paz, renace la alegría y se recuperan las
fuerzas hasta adquirir una fuerza del Espíritu que los desborda. Se hace
incontenible. Es la perresía de la que hablan los Hechos de
los Apóstoles
Este conocimiento pasa de la
cabeza al corazón. Entonces hay una correspondencia de amor que con su
presencia todo lo transforma.
Esta oración no solamente es para
conocerle y amarle sino también para descubrir que el Señor me conoce
y me ama para que me una a Él en la misión. Para que le siga.
San Ignacio repite con frecuencia
esta petición a lo largo de los Ejercicios Espirituales adaptándose al momento
vital en que se encuentre el que hace los EE. “Demandar lo que quiero:
será aquí, pedir conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre
para que más le ame y le siga”. (104)
Ahora solo queda saborear este texto
que sale de los labios de Jesús: Dijo Jesús a sus discípulos “Si me
conocierais a mí, conocerías también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo
habéis visto” … “Y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que
el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo
haré”.
Santa Madre de Cristo resucitado:
inúndame en el gozo de la Pascua.