Las palabras del evangelio de hoy se
podrían meditar sin comentario, simplemente leyendo y mirando al Sagrario. Pero
por si no basta esto, hoy los puntos los dará alguien con cierta autoridad,
como es San Agustín. En su Comentario al Evangelio de San Juan comenta el
evangelio de hoy versículo a versículo. Sus palabras solamente se pueden
entender desde la meditación y cerca de Jesús, o cerca del Corazón de la
Virgen:
21. «El que tiene mis mandamientos y los guarda…» Quien tiene presentes los mandamientos en la memoria
y los guarda en la vida; quien los tiene en sus palabras, y los practica en sus
obras; quien los tiene en sus oídos, y los practica haciendo; quien los tiene
obrando y perseverando, «ése es el que me ama». El amor debe
demostrarse con obras, para que su nombre no sea infructuoso.
«…y el que me ame, será amado de mi
Padre; y yo le amaré» Pero
¿qué es eso de le amaré? ¿Es que al presente no ama? Se explica esta dificultad
por lo siguiente: «y me manifestaré a él.», esto es, hasta
tal punto lo amaré, que me manifestaré a él, y obtendremos como premio de
nuestra fe la visión. Entonces nos amaba hasta concedernos la fe; después hasta
darnos la visión. Ahora amamos creyendo lo que veremos, mas entonces amaremos
viendo lo que hemos creído.
Prometió que sería visto por sus
amadores, como Dios con el Padre, y no a la manera que era visto en la tierra,
en cuerpo, y hasta por los malos (Ad Paulinam de videndo Deo cap. 1).
22. Como el Señor había dicho “Todavía un poco, y el mundo no
me verá, pero vosotros me veréis” (Jn 14,19), le interroga acerca de este punto
Judas, no el traidor que se denominaba Iscariotes, sino aquel que dejó una
epístola entre las Escrituras canónicas. Por eso dice: «Le dice Judas
– no el Iscariote -: “Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a
nosotros y no al mundo?”» Le pregunta la causa por qué se ha de
manifestar a ellos y no al mundo. Y el Señor le explica la causa por qué se ha
de manifestar a ellos y no a los extraños, a saber: porque lo aman, y aquéllos
no. Respondió Jesús y les dijo: “Si alguien me ama, guardará mis palabras”,
etc.
23. «Jesús le respondió: “Si alguno me ama, guardará mi
Palabra, y mi Padre le amará…”» El
amor aparta del mundo a los santos. Es el único que hace a los concordes
habitar en la mansión en que el Padre y el Hijo moran. Ellos dan este amor, a
los que concederán por fin su contemplación. Hay cierta manifestación interior
de Dios, que los impíos desconocen por completo, porque para éstos no hay
manifestación alguna de Dios Padre y Espíritu Santo. La del Hijo pudo existir,
pero en carne, que no es tampoco como aquélla, ni pudo ser por mucho tiempo,
sino por breve, y esto no para alegría, sino para condenación; no para premio,
sino para castigo. Después continúa: «” …y vendremos a él”» En
efecto, vienen a nosotros, si vamos nosotros a ellos; vienen con su auxilio,
nosotros con la obediencia; vienen iluminándonos, nosotros contemplándolos;
vienen llenándonos de gracias, nosotros recibiéndolas, para que su visión no
sea para nosotros algo exterior, sino interno, y el tiempo de su morada en
nosotros no transitorio sino eterno. Por eso continúa: «“… y haremos
morada en él.”».
¿Creerá alguien quizá que porque el
Padre y el Hijo habitan en sus escogidos, se excluya al Espíritu Santo? ¿Pues
no dice más arriba hablando del Espíritu Santo: “Con vosotros habitará y en
vosotros estará”? (Jn 14,17). ¿O es que hay alguien tan inclinado a lo absurdo
que crea que con la venida del Padre y del Hijo, se apartará el Espíritu Santo
para ceder el puesto a personas mayores? Mas a este pensamiento natural,
responde la Sagrada Escritura, cuando dice: “Para que permanezca eternamente
con vosotros” (Jn 14,16). Tendrá, pues, la misma mansión que el Padre y el Hijo
por toda la eternidad. Porque ni el Espíritu Santo viene sin Ellos, ni Ellos
sin El. Mas para hacer la separación de la Trinidad, se dicen algunas cosas de
cada una de las personas separadamente. Sin embargo, no pueden entenderse
excluyendo las otras, por la unidad de sustancia.
24. Acaso quiso establecer cierta distinción con la palabra al
decir “palabras” en plural: «El que no me ama no guarda mis
palabras», para que cuando se refiriese a “la palabra” (esto es, el
Verbo) que no es de sí misma sino «del Padre que me ha enviado»,
esto se entendiese de El mismo. Porque El no es Verbo de sí mismo, sino del
Padre; así como tampoco es imagen de sí mismo, sino del Padre; ni Hijo de sí
mismo, sino del Padre. Por eso atribuye con mucha razón al Autor de todo cuanto
hace igualmente, porque de El le viene el serle igual en todo.
25. «Os he dicho estas cosas estando entre vosotros.» La convivencia que les promete para lo futuro es
distinta de aquella que al presente les concede. La primera es espiritual y
radica en lo interior; ésta corporal y susceptible de manifestarse a lo
exterior por los ojos y los oídos.
26. «Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre
enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he
dicho.» Sugerirá (esto es, nos traerá a
la memoria) y aun debemos entender que se nos manda no olvidar, que los
salubérrimos preceptos que Cristo nos conmemoró, pertenecen a la gracia.