¡Aleluya, ha resucitado el Señor!
Nos
conmovemos al celebrar, durante 8 días, este único acontecimiento. Con repercusión
para la historia pasada, presente y futura. Para cada persona. También para ti
y para mí.
“Al oír
esto se les traspasó el corazón y preguntaban a los apóstoles,
¿qué tenemos que hacer?” La gracia actúa y produce una admiración, una
apertura y un cambio hasta aceptar la vida nueva que es Jesús.
Canal de la
gracia, especialísimo, es el sacramento de la confesión. Y la Eucaristía, que
da vida renovada, donde sólo habría tierra seca y estéril. Gracia “de la
voluntad de Dios” que nos viene a través de las personas que nos acompañan o
nos guían en nuestro caminar.
Y, el
evangelio de hoy nos muestra a la Magdalena, yendo a buscar “al que la muerte
no pudo retener”. Su relación con el Señor pasa por un proceso que bien puede
ser el nuestro:
1º) Donde
Jesús nos encontró. Y llegamos a pensar que era un don nuestro. Esto nos
hizo girar, desde El, pero sólo acabando en nosotros, sin apertura a otros.
2º) La
ausencia temporal del don. Esto nos hace quedar desorientados.
Entonces, hacemos caso, sólo a nuestras propias voces, sentimientos, ilusiones.
Nuestra visión se vuelve reducida y distorsionada, “si eres el
hortelano dime donde lo has dejado”.
3º) El
Señor se apiada de nosotros. Pero ya para no ser retenido “mujer
no me retengas”. Sino para ser testigos “anda, ve y dile a mis
hermanos… ella fue y anunció… he visto al Señor y ha dicho esto”.
Somos
llamados pues a una relación con Cristo, de discípulos y testigos.
De la
Madre, gozosa y ya radiante de luz, escuchamos también: “anda hijo, ve a buscar
a los demás”.