Antes de iniciar nuestro rato de oración, hacemos el
esfuerzo de sentir cerca al Señor resucitado; de sentirlo como lo sentían los
primeros apóstoles los primeros días después de la resurrección: en cualquier
momento se aparecía.
Hoy la oración puede estar entre dos
polos que lo cierto es que se juntan y se viven a la vez. Por un lado, la
fiesta de hoy: La Divina Misericordia, fiesta instituida por San Juan Pablo II
y que de una manera tan eficaz ha sabido sacarle partido el Papa Francisco con
la celebración del año de la Misericordia. Por otro lado, el texto del
Evangelio de hoy en el que Jesús es capaz de hacerse todo a todos para ganarlos
para el Padre.
Ocho días después de la resurrección
Jesús se aparece de nuevo, estando todas las puertas cerradas, y esta vez sí
que está presente Tomás. Este apóstol había manifestado una falta de fe total
en la resurrección de Jesús y había puesto unas condiciones para creer casi
imposibles de conseguir. Jesús satisface con generosidad todas esas condiciones
y le anima a creer sin ver.
En nuestra relación con Dios, Él
siempre está dispuesto a poner de su parte todo lo que haga falta. Es más,
sabemos que lo que nosotros podamos hacer no sirve para casi nada. Dios le da
más importancia a nuestros deseos sinceros que a nuestras acciones. “Si el
Señor no construye la casa, en vano trabajan los operarios”. Algunas veces me
he planteado la necesidad de hacer méritos para ganar la vida eterna; que
error: si alguna vez hago alguna cosilla pienso que tengo derecho, que me lo he
ganado con mi esfuerzo. Solo la confianza en Dios me da algún derecho.
Esperarlo todo de su misericordia es lo que más vale.
Cualquier detalle me lleva a la
soberbia, por eso no espero nada de mí, Señor. Todo lo espero de ti. Yo sé que
una gran confianza en Dios no me va a llevar a la pereza, sino que me va a
llevar a seguir trabajando por el bien de la humanidad; pero sé que sin ti no
puedo hacer nada. Señor confío en Ti, confío en tu amor, confío en tu misericordia.
Madre, Tú que lo recibiste todo del
Señor, enséñame a ser agradecido, confiado; a esperar todo del Señor, rico en
misericordia.