22 abril 2018. Domingo IV de Pascua (Ciclo B) – Puntos de oración


“Esta es la buena noticia, que la 55.ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones nos anuncia nuevamente con fuerza: no vivimos inmersos en la casualidad, ni somos arrastrados por una serie de acontecimientos desordenados, sino que nuestra vida y nuestra presencia en el mundo son fruto de una vocación divina.
También en estos tiempos inquietos en que vivimos, el misterio de la Encarnación nos recuerda que Dios siempre nos sale al encuentro y es el Dios-con-nosotros, que pasa por los caminos a veces polvorientos de nuestra vida y, conociendo nuestra ardiente nostalgia de amor y felicidad, nos llama a la alegría. En la diversidad y la especificidad de cada vocación, personal y eclesial, se necesita escuchar, discernir y vivir esta palabra que nos llama desde lo alto y que, a la vez que nos permite hacer fructificar nuestros talentos, nos hace también instrumentos de salvación en el mundo y nos orienta a la plena felicidad.
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El Señor sigue llamando hoy para que le sigan. No podemos esperar a ser perfectos para responder con nuestro generoso «aquí estoy», ni asustarnos de nuestros límites y de nuestros pecados, sino escuchar su voz con corazón abierto, discernir nuestra misión personal en la Iglesia y en el mundo, y vivirla en el hoy que Dios nos da. María santísima, la joven muchacha de periferia que escuchó, acogió y vivió la Palabra de Dios hecha carne, nos proteja y nos acompañe siempre en nuestro camino.” Francisco pp.
Estas palabras del mensaje del papa Francisco para este día nos dan la clave para nuestra oración.
Jesús es el buen pastor, es un pastor excelente. Su misión se continua mediante la vida de la Iglesia que prolonga la vida de Cristo. En el conjunto de ministerios y carismas se realiza esa presencia viva de Jesús. ¿Cómo hago yo presente a Jesús? Él asume mi vida, mi oración, mi palabra, mis sentimientos y deseos…
Pero seamos conscientes en este día a la luz de la última exhortación el papa que debemos pedir por la santidad de toda la Iglesia, de cada bautizado, para que surjan auténticas vocaciones de especial consagración, al sacerdocio y a la vida consagrada, en la oración y en las obras de misericordia.

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