19 abril 2018. Jueves de la III semana de Pascua – Puntos de oración


Me pongo en la presencia del Señor. Doy gracias a Dios por el gozo de la resurrección de Jesús. Un misterio tan grande.
Estoy disfrutando de la Exhortación del Papa sobre la llamada a la santidad en el mundo actual. Parece que la ha escrito para mí. Y mucho lo había oído antes.
Esa misión tiene su sentido pleno en Cristo y solo se entiende desde él. En el fondo la santidad es vivir en unión con él los misterios de su vida. Consiste en asociarse a la muerte y resurrección del Señor de una manera única y personal, en morir y resucitar constantemente con él. Pero también puede implicar reproducir en la propia existencia distintos aspectos de la vida terrena de Jesús: su vida oculta, su vida comunitaria, su cercanía a los últimos, su pobreza y otras manifestaciones de su entrega por amor. La contemplación de estos misterios, como proponía san Ignacio de Loyola, nos orienta a hacerlos carne en nuestras opciones y actitudes[18]. Porque «todo en la vida de Jesús es signo de su misterio»[19], «toda la vida de Cristo es Revelación del Padre»[20], «toda la vida de Cristo es misterio de Redención»[21], «toda la vida de Cristo es misterio de Recapitulación»[22], y «todo lo que Cristo vivió hace que podamos vivirlo en él y que él lo viva en nosotros»[23].
La lectura de los Hechos es preciosa. «¿Qué dificultad hay en que me bautice?» Recuerdo mi bautizo…
«Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera».
Al decir vuestros padres, me vienen a la mente mis padres. Y siento pena porque no están en la tierra, pero siento que es más el amor recibido que el dolor de la partida. Tengo la firmeza de que he recibido mucho de ellos como he recibido mucho de Dios. Me entra una paz grande, como venida de lo alto.
«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo».
Jesús nos dice dónde encontramos el alimento que Él nos ofrece. En primer lugar, el pan es la Palabra, la enseñanza que escuchamos con apertura, con deseos. Nosotros la recibimos con la fe, aceptándola y dejándonos iluminar. Ya el Antiguo Testamento presentaba la palabra como un alimento y hablaba del “Hambre de escuchar la palabra de Yahvé (Am 8,11). Jesús dice que en él mismo, en su persona, está contenida la Palabra divina que alimenta: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”. Si nos alimentamos de Él no nos inquieta la muerte, porque hallamos una vida nueva que nadie nos puede quitar. A esa palabra, que se resume y se concentra en Jesús, la recibimos plenamente en la Eucaristía: “El pan que yo daré es mi propio cuerpo”.
Paso de la muerte a la vida
Alegría nuestra y para el mundo
Santidad en el mundo actual
Camino hacia el cielo
Unidos en la esperanza
Alegraos y regocijaos como lo hicieron María y los apóstoles

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