Me pongo en la presencia del Señor. Doy gracias a Dios por el gozo de
la resurrección de Jesús. Un misterio tan grande.
Estoy
disfrutando de la Exhortación del Papa sobre la llamada a la santidad en el
mundo actual. Parece que la ha escrito para mí. Y mucho lo había oído antes.
Esa misión
tiene su sentido pleno en Cristo y solo se entiende desde él. En el fondo la
santidad es vivir en unión con él los misterios de su vida. Consiste en
asociarse a la muerte y resurrección del Señor de una manera única y personal,
en morir y resucitar constantemente con él. Pero también puede implicar
reproducir en la propia existencia distintos aspectos de la vida terrena de
Jesús: su vida oculta, su vida comunitaria, su cercanía a los últimos, su
pobreza y otras manifestaciones de su entrega por amor. La contemplación de
estos misterios, como proponía san Ignacio de Loyola, nos orienta a hacerlos
carne en nuestras opciones y actitudes[18]. Porque «todo en la
vida de Jesús es signo de su misterio»[19], «toda la vida de
Cristo es Revelación del Padre»[20], «toda la vida de
Cristo es misterio de Redención»[21], «toda la vida de
Cristo es misterio de Recapitulación»[22], y «todo lo que
Cristo vivió hace que podamos vivirlo en él y que él lo viva en nosotros»[23].
La lectura
de los Hechos es preciosa. «¿Qué dificultad hay en que me bautice?» Recuerdo
mi bautizo…
«Yo soy
el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron;
este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera».
Al
decir vuestros padres, me vienen a la mente mis padres. Y siento
pena porque no están en la tierra, pero siento que es más el amor recibido que
el dolor de la partida. Tengo la firmeza de que he recibido mucho de ellos como
he recibido mucho de Dios. Me entra una paz grande, como venida de lo alto.
«Yo soy
el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para
siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo».
Jesús nos
dice dónde encontramos el alimento que Él nos ofrece. En primer lugar, el pan
es la Palabra, la enseñanza que escuchamos con apertura, con deseos. Nosotros
la recibimos con la fe, aceptándola y dejándonos iluminar. Ya el Antiguo
Testamento presentaba la palabra como un alimento y hablaba del “Hambre de
escuchar la palabra de Yahvé (Am 8,11). Jesús dice que en él mismo, en su
persona, está contenida la Palabra divina que alimenta: “Yo soy el pan
vivo que ha bajado del cielo”. Si nos alimentamos de Él no nos inquieta la
muerte, porque hallamos una vida nueva que nadie nos puede quitar. A esa
palabra, que se resume y se concentra en Jesús, la recibimos plenamente en la
Eucaristía: “El pan que yo daré es mi propio cuerpo”.
Paso de la
muerte a la vida
Alegría
nuestra y para el mundo
Santidad en
el mundo actual
Camino hacia
el cielo
Unidos en la
esperanza
Alegraos y
regocijaos como lo hicieron María y los apóstoles