Hoy celebramos la solemnidad de la
Anunciación del Señor. Al coincidir este año con el domingo de Ramos, se ha
trasladado al primer día después de la Octava de Pascua, pues no se puede solapar
la fiesta de la Virgen con el día de la resurrección. Esto, sin pretenderlo, es
una bella muestra de la manera de ser y de actuar de María. Es un reflejo de su
actitud para pasar desapercibida y quedarse en un segundo plano tras su Hijo.
De hecho, la Semana Santa queda enmarcada entre el último sábado de la cuaresma
y este día dedicado a la Virgen.
Esta fiesta nos recuerda que todo
empezó en una ciudad de Galilea llamada Nazaret, gracias al sí de una virgen
cuyo nombre era María. La Madre acompañó a su hijo durante su lactancia,
infancia y juventud, ha acompañado a su Hijo en el misterio de la pasión para,
finalmente, ser testigo de la promesa anunciada y ahora gozosamente cumplida.
Esta fiesta nos recuerda que toda
gran obra empieza en el silencio de lo escondido. Que nuestro Dios es un Dios
humilde, que tras el espectáculo del domingo de ramos y la elevación en el
calvario, prefiere la resurrección en el silencio y la soledad del sepulcro.
Esta fiesta nos recuerda nuestro
modelo a seguir. Frente a la búsqueda del reconocimiento y honor del mundo
actual, la Madre, al igual que el Hijo, busca servir desde el ocultamiento.
Aprendamos de los gustos de Dios, nos dirá el P. Morales.
Esta fiesta nos recuerda que el motor
de la vida de Jesús es hacer la voluntad del Padre. Quizás la expresión más
repetida en las lecturas de este día sea: “tu voluntad”. Y es en esa voluntad
donde Madre e Hijo más se unen., es la razón de su existir. Y conforme a esa
voluntad, nos dirá la carta a los hebreos, todos quedamos santificados por la
oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.
Por último, esta fiesta nos recuerda
que todos los cristianos estamos llamados a reproducir esta misma vocación en
nuestras vidas. Todos estamos llamados a reproducir en nuestra vida la vida de
Jesús y ofrecérsela a los demás. Todos estamos llamados a recibirle en el
silencio de nuestro corazón para, como María, repetir: «He aquí la esclava del
Señor; hágase en mi según tu palabra».