Con la antífona de entrada y la
oración colecta en la Misa, la Iglesia quiere darnos la entrada a la oración
más grande que es la Eucaristía y como nos indicaba el papa Francisco, es una
forma de orar extraordinaria que debemos aprovechar, pues después de ponernos
en la presencia de Dios tanto en una como en otra, debemos de empezar, mejor
arrancar con ímpetu de pelea para que sea dinámica, viva, activa, original.
Mirad cómo empieza la antífona:
“Señor, con tu sangre has adquirido para Dios, hombres de toda tribu, lengua,
pueblo y nación y has hecho de ellos para nuestro Dios un reino de sacerdotes.
Aleluya”. (Ap 5,9-10). A este versículo del Apocalipsis, solo le falta unas
admiraciones al comienzo y al final para que nos ponga en marcha nuestra
oración: “Que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean encaminadas al
servicio y alabanza de su divina Majestad”. Si con su sangre nos ha adquirido,
a todos los pueblos, tribus, naciones, ¿Qué más podemos desear? ¿No es
suficiente para que nos dispongamos en la actitud que nos pide san Ignacio al
comenzar la oración?
Con esta disposición inicial, sin
dejadez, pereza, acedia, rutina o aburrimiento, arranquemos siempre con grande
espíritu, ánimo y liberalidad y habremos ganado más de la mitad de la oración;
al vernos Jesús en esta disposición, ¿no se va a volcar, mejor, aparecer porque
estamos en Pascua, le vamos a ver y vamos a creer como los apóstoles estamos
viendo en estas apariciones de película, que hemos ido viendo en estos días de
Pascua?
Pero fijaros cómo sigue en la oración
colecta (descubrir el hilo conductor en la Liturgia de la Misa, cómo están
trabadas unas a otras, las oraciones, las lecturas, el prefacio es
sorprendente). Dice: … “con la sangre derramada de tu Hijo, haz que vivamos
siempre en ti y en ti gocemos al encontrar la felicidad eterna”. ¡Qué preciosa
la sangre derramada del Hijo de Dios que nos da tal vida! Por ti, en ti y en ti
gocemos.
Ahora sí: hemos arrancado, nos ha
despertado el clarín de la entrada, la sangre del Señor nos ha puesto en
disposición de servicio: “por ti”, “en ti”. En su presencia nos vamos a la primera
lectura que entra en la historia de los comienzos, Pablo, en los Hechos con la
conversión que ha tenido, mejor decir aparición como a los apóstoles, es de los
que ve y cree y se pone a disposición total del Señor: “¿Qué quieres que haga?”
También nosotros debemos salir de la oración con esa disposición: ¿Señor que
quieres de mí?”
Los miércoles que puedo voy a
repartir credenciales a la Asociación de Amigos del Camino en la calle Carretas
14 y les pregunto o me preguntan pues tienen que rellenar una encuesta en la
que deben indicar los motivos por los que hacen el camino y me acuerdo de esta
pregunta y pienso que a ellos también sin darse cuenta, el Señor les está
sugiriendo esta pregunta. Yo les digo que el Camino es como la vida, te va a
sorprender, te vas a descubrir a ti mismo en esos ratos de silencio
caminando solo que tendrás, y dirás como muchos me han dicho: “El Camino me ha
transformado, me ha cambiado” y querrás repetir para completar, agradecer o
perfilar, como aquella pareja que volvían para agradecer el niño que habían
tenido y llevaban en un carrito tirado por la bici, o aquellos que
deciden darse a los demás, en voluntariados, hospitalidades, etc.
Quizá sea una pregunta que debe estar
siempre en nuestra oración pues siempre quiere cosas nuevas cada día el Señor
que descubrimos cuando al final del día en el examen nos las da a conocer.
Los Apóstoles no cesaban de anunciar
lo que había ocurrido con Jesús y “como Dios lo resucitó de entre los muertos”.
Ellos vivían la Pascua así tenemos que imitarles en este tiempo y
como en otra oración nos dice la Iglesia que “estamos resucitados”, estamos con
él, en él y por él, esto nos tiene que llenar de gozo, esto es la Pascua, esto
es lo que no podemos dejar de anunciar desde el silencio de la oración,
al deber de cada día, estudio- trabajo cuando se acaba el curso, cuando empieza
el mes de mayo y en el evangelio nos dice Jesús que es el Camino, la Verdad y
la Vida.
Inmaculada Madre de Dios, concédenos
el gozo de la Pascua. Amén, Aleluya.