“A Dios que concede el hablar y el escuchar le pido hablar de tal
manera que el que escucha llegue a ser mejor y escuchar de tal manera que no
caiga en la tristeza el que habla”
Hoy Jesús vuelve a sorprendernos en
el Evangelio. A primera vista, podría sonar a rechazo a su familia carnal, a
sus parientes (ya sabemos que hermanos, en el contexto bíblico, significa los
parientes cercanos –primos, quizás-). Pero no hay rechazo, sino una amplitud de
miras.
Jesús no se encierra a su hogar, a su
familia. No se deja atar por las relaciones humanas, sino que trasciende a todo
ello, para universalizar su mensaje: mi familia son los que cumplen la voluntad
del Padre. Cristo se ofrece como hermano a todos, no hace una distinción:
“estos son los míos, estos no”. Sino que Jesús nos exhorta e invita a entrar a
formar parte de su familia si entramos en esa comunión con Dios.
En segundo lugar, podemos echar una
mirada a la Virgen: cumple el papel de Madre carnal y también cumple de manera
perfecta ese “cumplir la Voluntad del Padre”.
En tercer lugar: celebrar. Celebrar,
como David, la cercanía con el Señor, el ser hijos suyos. El que se sabe
cercano a Dios, celebra.
Una oración, por tanto, en tres
pasos: reconocer la invitación del Señor a formar parte de su familia, mirar a
la Virgen para tener una muestra perfecta de lo que nos pide el Señor y
celebrar que el Señor, porque ama, llama
Feliz oración, hijo de Dios, hermano
de Cristo.