6 abril 2018. Viernes de la Octava de Pascua – Puntos de oración


Que todas mis acciones, intenciones y operaciones, sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su Divina Majestad.
Guardo un momento de silencio interior al inicio de este encuentro con Cristo resucitado, para dejar que la alegría de la Pascua inunde mi alma. Mi Señor estaba muerto, y ahora vive para siempre: Dios nunca defrauda, aunque a veces sea crucificado (también) en mi vida por el pecado o la fuerza del mal.
El evangelio de hoy habla de una escena cotidiana (el trabajo) en la que los apóstoles están “echando el día”. El Señor resucitado se les aparece, pero ellos siguen buscándolo muerto y vencido. No son capaces de reconocerlo, porque Jesús ya ha triunfado de esas heridas de muerte en las que ellos siguen instalados.
Para reconocer al Señor en nuestra vida, nosotros al igual que los discípulos, tenemos que dejar atrás esas heridas de muerte, y elegir la vida, optar interiormente por el triunfo del Resucitado en nuestras historias. ¿Cómo reconocer al Señor resucitado si lo buscamos entre nuestros cadáveres (miedos, rencores, tristezas, victimismos, melancolías…)? Precisamente porque Cristo es más fuerte que todos esos cadáveres, es necesario dejar que los muertos sean enterrados, para seguir libres interiormente al Señor de la Vida.
Decía John Henry Newman, a propósito de la exclamación de san Juan “¡es el Señor!”:
Nosotros somos lentos en darnos cuenta de esta gran y sublime verdad que Cristo camina aún, de cierta manera, en medio de nosotros, y con su mano, su mirada o su voz nos hace señas para que le sigamos. Nosotros no comprendemos que esta llamada de Cristo es una cosa que se realiza todos los días, tanto ahora como en el pasado. Creemos fácilmente que era común en los tiempos de los apóstoles, pero no lo creemos posible cuando nos concierne, no estamos atentos a buscarle cuando se trata de nosotros. Ya no tenemos los ojos para ver al Maestro- al contrario que el apóstol amado que pudo reconocer a Cristo, aun cuando los demás discípulos no lo reconocían. Y sin embargo estaba allí, de pie en la orilla; era después de su resurrección, cuando estaba ordenando de echar la red en el mar; fue entonces que el discípulo que Jesús amaba dijo a Pedro: «¡Es el Señor!»      
Lo que quiero decir, es que los hombres que llevan una vida de creyentes perciben de vez en cuando las verdades que todavía no habían visto, o sobre las cuales su atención jamás había sido atraída. Y de repente, se elevan hacia ellos como una llamada irresistible. Sin embargo, se trata de verdades que comprometen nuestro deber, que toman el valor de preceptos y que exigen la obediencia. Es de esta manera, o por medio de otras formas, que Cristo nos llama ahora. No hay nada milagroso o extraordinario en esta manera de hacer. Cristo actúa por medio de nuestras facultades naturales y de las circunstancias mismas de la vida.
Dejo que esto cale en mi vida de creyente…
Termino la oración con un coloquio íntimo con Cristo resucitado…, dejando que el gozo de la Resurrección se cuele en mi vida, ilumine nuestras pescas y nuestras vidas…

Archivo del blog